viernes, 16 de febrero de 2018

Kismaniac, contigo me dan ganas de nada. Ya espero el mañana.

Hola a todos, nadie lee esto.

Escribo en un puro estado etílico.  Estoy pegado a la pantalla para ver qué verga es lo que estoy escribiendo.


Apenas hace unas horas, volvió a temblar, estaba en una fiesta cuando ocurrió. Una fiesta increíble, que el estrés postraumático ocasionado por las regresiones a  un #terremoto  en septiembre intensó  hasta el límite, bebí como nunca, besé como siempre. Hablé de otras maneras de usar la boca con mujeres.  Y aún así, me puse mal, mal porque todos saben de una historia que tuve con una amiga, mal porque la chica a quien dediqué las entradas de contigo tengo menos ganas de morirme, se besó con todos menos conmigo,  mal porque de ser real, ya está enamorada , mal porque ahora no paso de ser un borracho que libera sus sentimientos en las pedas más intensas, mal porque mañana no sé cómo le haré para llegar a la clase de las once en pleno sábado de cruda, mal porque ella, la chica que tanto amé, ya es indiferente con lo que sea que le dedique o le haga, sin importar e que lo lea o no. 




Mal porque un yo lúcido, tendrá que dar la cara con las locuras que dije ebrio.
Mal porque de una imagen muy mala, me tendrán todos los de mi generación.
Mal porque la catarsis sirve de poesía que no se escribe, se dicta en el silencio de un cuarto oscuro esperando cuajar en malas vibras que arruinen mi futuro.
Mal por todas las conversaciones íntimas que el alcohol dijo por mí.
Mal por no bailar con ella
Mal porque esto es el sentimiento máximo de vergüenza que mi generación pueda brindar.
Mal por no ser el escritor que pido y rindo en ser.
Mal por fallarle a amigos, a visiones del futuro, a fantasmas a quienes prometí con sudor y sangre ser una versión mejorada de mí.
Mal a los oscuros y borrosos días sumergido en drogas que arruinaban la historia que estaba contando.

Mal por las ocho o nueve veces que ella se besó con él; cada una más larga y más apasionada que la anterior.
Mal por no escuchar la parte de mi cabeza que rompía en pedazos mi consciencia diciendo que eso no pasaba de esa noche y que no debía hacerle caso.
Mal por dudar de la realidad.
Mal por el tiempo transcurrido y en el que no fui nada sincero con mis verdaderos amigos.
Mal por los besos que por pena no he dado.
Mal por las grasas.
Mal por rechazar mi lado hedonista.
Mal por no escribir.
Mal po no amar.
Mal por fingir que nada me importa.
Mal por temer al futuro.

Mal por el sonido y la furia que nos paralizan cada que suena esa maldita alarma desde septiembre, un terror, que hela, que nos hace reaccionar tan noblemente para abrazar como si fuéramos hermanos  de la persona de al lado; un frío que nos hace ver a todos lados, esperando a los objetos inertes que caen antes de que nosotros lo hagamos en cuerpo y alma. Una fuerza de la naturaleza. Algo que nos cambie como somos para siempre. Un objeto de estudio que estoy dispuesto a seguir a lo largo de mi vida como escritor, sobre todo porque mi experiencia con el terremoto, más íntima, la incluye a ella, y siempre la cuento como parte vital de la misma.

Creo que no tengo más que contar.

Células muertas. Tarea.



EnigmaHM, 16 de febrero de 2018

Solo observa. Prometo cambiar.