lunes, 30 de marzo de 2020

EURO AVENTURA (3) UNA CÁLIDA BIENVENIDA FRANCESA.


LUNES 23 JUNIO 2019
Esto aún es Londres, pero el día es 23.  5:12 am. BBC para despertar, Wolf Alice con Don´t Delete The Kisses. Me encanta esa canción ¿Qué maldita posibilidad había de que sonara hoy? Me visto rápido y…hijos de su mother ¿las 5 de la mañana y ya está el sol?. Repito, tiene demasiado día el día.

No hay desayuno.  En el elevador me encuentro con un chico que vi dentro del tour la noche anterior. Detiene el ascensor para que pueda entrar. Le digo que somos del mismo tour, me responde presentándose. “Matt” exclama mientras extiende su mano hacia mí. Le respondo con mi nombre. Estoy ansioso y un tanto temeroso por conocer a los otros.







Veo a varios chicos que venían conmigo esa tarde. Uno de ellos es Jay. El americano, venía de Atlanta, Georgia, y su acento era tan malditamente fácil. Este chico fue uno de los primeros en presentarse y saber por qué demonios grababa todo. Eso lo preguntó mientras recorríamos el callejón Hipster la noche anterior, pero de ahí supuse que su plan era más bien, presentarse con todo el mundo. Ese día quería hablar hasta con el conserje sobre cualquier cosa, sin importar lo tonto que sonara. 
Pasamos a las básculas.  Bajo mis maletas corriendo. Quiero alcanzar un buen lugar para no perderme ningún detalle del camino. Seguro será un domingo largo, pero bastante movido. Varios tienen que dejar maletas pequeñas, el peso debía equilibrarse a 20 kilos por persona. Paso sin problema. Me toca en ventanilla, de aquí hasta la llegada a Francia, el asiento de mi lado estará vacío.
Cruzamos Londres a las 7:35 am. Anna nos prepara el viaje con grandes expectativas, algunas precauciones para las grandes ciudades y una que otra recomendación sobre las estaciones de servicio; De hecho, eso lo va a hacer todos los días durante el viaje, así que, no hay que explayarnos en esto. Detalles importantes: Si escuchábamos Pompeii de Bastille, debías despertarte, prestar atención o despertar a los demás. Esa era la Wake up Song. Si Anna, en algún momento de nuestras caminatas decía There’s a lot of cheesecakes here!  O bien había carteristas trabajando en lo suyo, o era algún chiste inglés muy malo. ­
 Nos enseñan la embajada australiana, la canadiense, algunos edificios importantes, el área oficinista/aburrida londinense y una hermosa postal del canal, rumbo al sur, a tomar el ferry. Mientras atravesamos Blackheath, un chico grita lo cerca que estamos de Greenwich. No, el meridiano no, sino el observatorio, da el dato preciso del porqué es tan importante y se sienta. Anna es la única interesada, Los demás ni lo pelamos. Seguimos nuestra travesía dos horas más hasta llegar a Port of Dover, punto al sur que conecta el canal de la mancha. Antes de cruzar la aduana, frente a nosotros está un castillo que según contaban en el tour, inspiró de alguna manera a Shakespeare, aún no sé bien cómo ni he querido buscar, más bien, para ese punto solo quería ver París ¿En verdad es tan bonito como me dicen? ¿Cómo se escucha el francés por acá? ¿Podré practicarlo? Demasiadas preguntas, pero es que podíamos pasar tantísimo tiempo arriba del Coach que te cuestionabas todo lo fantástico que venía.
Entramos al ferry, nos sellan nuestros pasaportes y el Coach se queda estacionado abajo. Nunca había subido a uno. Pero este era enorme, lujoso y muy caro. Varios amigos decidieron gastar por un desayuno continental 25 libras aproximadamente. Yo soy hombre de gustos sencillos, o al menos durante los primeros días. Solo compro un sándwich y un refresco. Oye, malos hábitos alimenticios en Europa. Nada mal.
Subo a la parte superior del barco. Un frío mañanero nos estremece a todos los que miramos los riscos blancos de Dover. Una atracción natural de parte de Inglaterra, algo así como deseándonos suerte para el viaje que nos caería encima. En el trayecto como mi sándwich explorando camarotes y parte de las diferentes salas de descanso para personas con una especie de membresía del barco. Es entonces cuando un chico me intercepta. Pregunta si soy de Contiki. Al confirmar no esperaba tener tan grata conversación. Olvidé su nombre, pero venía de Nueva Zelanda. Comparamos tours, mientras yo estuviera cruzando Italia, el bajaría la rivera francesa para llegar a Barcelona, después de regreso a Francia y seguiría mi ruta al menos con dos días de distancia. Compartimos música, pero no pude escribir el nombre del rapero que me recomendó. Pregunté si tenía algún músico favorito que cantara en español  y el buen chico me enseñó su canción favorita. El Perdedor  de Enrique Iglesias, con la colaboración del Buki, le expliqué la historia de este último comparando un concierto suyo como una experiencia religiosa. “El tipo es un auténtico Jesús” decía.
Suena una alarma en las bocinas avisando la llegada al puerto. Señal para que todos vuelvan a sus respectivos vehículos y puedan seguir sus travesías ahora dentro del continente. Mientras mi nuevo amigo y yo esperábamos en la fila, pude compartirle una canción de Juan Gabriel. Diablos. Ahora mismo lamento que no pueda recordar su nombre. Otra de esas cosas, que no anoté en el diario. Bajamos, me enseña cuál es su camión. Un Contiki con la parte de abajo pintada de color naranja. El mío solo tiene letras azules que dicen lo mismo, pero para no confundir con otro camión de la misma línea, la parte de abajo es blanca. Me desea suerte en mi viaje, prometiendo que nos veríamos más tarde.

La costa de Calais es famosa por ser la trinchera que les dio tiempo a los aliados para que la operación Dynamo funcionara. Para esto, miles de soldados anglo y francoparlantes sacrificaron sus vidas para una ofensiva majestuosa contra los nazis. Y ahora, casi 80 años después, un juego de  muros, acompañado de rejas y fierros con púas rodea la carretera principal. Parece un laberinto de arena con sus valles y terrenos altos, no es una escena amistosa, según cuenta Anna, es parte de los tratados que hace mucho ordenaron los británicos para cercar las fronteras francesas. Evitar a los inmigrantes ya es más que reconocido como uno de los grandes problemas de Europa. Me toca verlo. Dejamos atrás la costa, mientras seguimos recorriendo la carretera directo hacia París, un amigable paisaje repleto de turbinas eólicas de colosal tamaño ilumina y engrandece las vistas. Hay villas muy cerca, de las cuales reconocemos grandes casas en sus periferias e iglesias en sus centros. Vaya, esto no es una guía turística ¡Vamos a conocer gente! Anna hace una dinámica dos horas antes de llegar a una estación de servicio. Nos explica el mini juego, se llama “conoce al tipo de enfrente”. Cada persona que esté sentada de lado derecho de la fila derecha se moverá un lugar hacia adelante, la misma indicación pero invertida para la fila izquierda.  Cuando se muevan, deberán presentarse, decir lo que hacen, y algo chistoso que  les haya pasado. Es entonces cuando tengo los acercamientos más certeros a la gente de Australia. No recuerdo quien fue el primero, pero sí recuerdo a casi todos los que se presentaron ante mí:



-Savannah, del lado este de Australia. Verga, su hermana Dominique y ella eran idénticas, aunque jamás llamé a una con el nombre de otra. Corrí con mucha suerte. Me querían mucho, a su manera.

-Sam, Melbourne. Diseñadora gráfica. Máster del photoshop.
-Chelsea, Psicóloga. Recién terminaba la escuela. No cree que haya futuro para el psicoanálisis. Medía 1.87 cm
-Alicia. De Australia, venía junto a Chelsea y su hermana Hayley, pero no era tan grande como ellas.
-Tommy. De Australia, ni se preocupaba por la Universidad, pronto sabría qué estudiar.
-Sophie. Venía junto a las gemelas Savannah y Dominique. Me preguntó por comida mexicana y ella decía adorar los tacos. Le conté de las tlayudas y se le hizo agua la boca.
-Tim. De Sydney. Era Bartender y estudiaba Administración y Ventas. El gigantón me cayó bien desde el principio. Con esa voz parecía que cada que hablaba tronaba el mundo. Le envidiaré de por vida la barba vikinga que tenía.
-Rupert. Con sus dos metros tres centímetros apenas y cabía en los acientos. Rubio de ojos azules que venía con su novia de descendencia hindú. Le costaba hablar con otros.
-Ashley de Canadá, justo se presentaba cuando nos enseñan a la distancia el monumento a los soldados canadienses caídos en la segunda guerra mundial. Nos dicen que esa zona es territorio canadiense. Remato diciendo que ya había viajado a su país, conocía Toronto, Montreal, Québec y unas ciudades más. Responde con un tierno “Ah ya, conoces ESA parte de Canadá”. Sonrío. Seguro me dijo de qué parte exacta era, pero lo olvidé.
-Jack de Brisbane. Oh sí. Aquí pude conocer a un gran amigo australiano. El buen Jack Rowcliff. Se presentó así conmigo y fue muy amable. Su voz era un poco baja y era muy amistoso. Cuando supe su nombre bromeé con que sería el más fácil de recordar pues es un nombre muy común en las películas. El solo reía.
-Ryan, de Australia. No sabía qué hacer con su vida. Cuando supo que era de México me felicitó por mi acento. Aún ignoro por qué.


A todos ellos me referí como Hector. De México. Sí, quizá el único latino del tour. Sí, estudiaba comunicación pero quería enfocarme en hacer cine. Seguro me hablaron más aquella tarde. Pero no los recuerdo a todos. Entonces pudimos cruzar en paz los otros caminos que había hasta llegar a la primera estación de servicio del viaje. Aproveché para saber por qué a los neozelandeses se les dice “Kiwis” preguntando a Anna. Llené mi cantimplora por primera vez, sin saber lo glorificada que sería al final del viaje. Ya dentro de la estación, me emocioné al descubrir indicaciones, letreros y encabezados en francés. Sí, ya conocía el idioma, hasta ese momento llevaba apenas un año aprendiéndolo, pero es que jamás había tenido un envolvimiento así de grande con la lengua francófona ¡Y qué bueno que ya sabía algo! Por esta razón, me aventé de valor y compré unos panditas, comprendiendo toda la transacción. Después pregunté por el baño. Y seguía sin creerlo, me había comunicado en otra lengua que no era español ni inglés, también, estaba en Francia, y para rematar, me dirigía a París. Esa sensación de incredulidad se repetiría todos esos días, como si mi presencia en Europa tuviera cierta fragancia onírica.
Dos horas y un rato después nos atrapa un tráfico lento. Anna nos dice que es una gran señal de lo cerca que estamos de la capital francesa. Una serie de autopistas anchas van acortándose hasta convertirnos en tres carriles pegados unos con otros. Es ahí donde de un lado de la ventanilla vemos el estadio del París ST Germain, donde Anna confunde (espero) y nos dice que ahí fue donde Zidane propinó el mítico cabezazo mundialero. Un poco más de tráfico parisino y aun así todo me emociona. Aprecio la muestra arquitectónica de fachadas que en hilera parecen ser una sola casa y al pasar en medio de una calle te das cuenta de que el patrón se repite hasta perderse en un punto de fuga un tanto lejano. Árboles, pequeños y muy llenos de vida que engalanan las calles inglesas por ambos lados. Apenas cinco minutos observando la calle y ya había un gran número de mujeres usando hiyab y chadores, mientras pasean bajo un sol que seguramente, me habría acalorado como un monterrey enojado. Seco y con mucha luz.

Luego de todos mis intentos por traducir cada anuncio cartel o aviso, solo me decido a disfrutar todas las vistas que me puede ofrecer. Avanzamos más y más hasta abandonar el centro de la ciudad y cruzar un puente, justo bajando encontramos el hotel y sería mi primer día, y minuto. caminando en París, Francia. En medio de un verano acalorado.













martes, 6 de agosto de 2019

EURO AVENTURA (2) Sueño de una noche de verano Londinense.


EURO AVENTURA (2)

Sueño de una noche de verano Londinense.

LONDRES, INGLATERRA, 22 Y 23 DE JUNIO

El avión iba como un meteorito, tan fuerte, tan rápido y tan certero. Llegamos y en cuestión de 10 minutos estoy abajo pasando la aduana británica, no tengo ningún problema con sus acentos. Me preguntan dónde me quedaré, con quién y qué es lo que haré. Vamos, en las aduanas del futuro ya no deberían existir esas preguntas, al menos considero que si el viaje entero y toda su proyección se hicieron con meses, todo aquello se puede arruinar si no le sonríes al agente en turno que te toca para revisión. Solo me quedaré dos días, me voy de tour, me hospedaré en “The Royal National Hotel…y me voy con Contiki”. Salgo a las bandas de equipaje, veo mis maletas ahí y de inmediato, con la frente en alto, me voy del aeropuerto sin ansiedad, muy contento.

                               

En este momento pienso que debí ser un poco más listo. Ubicar líneas del metro (que para ser más certero en el relato, mencionaré como underground) y saber dónde demonios estaba mi hotel, creo que es un consejo que quiero darles, lectores. A la otra busquen, sin miedo, referentes locales o formas de moverse más viables, ya que un servidor se subió a un Taxi (ellos los conocen como Cab) y comencé a moverme con una tarifa de .20 centavos de libra por cada seis segundos. Y el viaje, en total, sería de 53 minutos hasta la puerta del hotel. Viendo lo carísimo que se volvía a cada minuto, decidí cambiar la locación. Pedí que me bajara en The Design Museum, quedaba cerca y al menos la ensagrentada sería de 33 libras. Antes de bajar, me dispuse a grabar un poco con la cámara GoPro, las primeras imágenes, dentro de un cab, de Londres Inglaterra.

                  
Llegué a The Design Museum. Curiosamente, tenían una exposición de Stanley Kubrick que hacía un par de años se presentó en la Cineteca Nacional. Quería volver a verla pero supongo que verían muy raro a un chico con dos maletas y una mochila dentro del museo. 

                                
Comencé a usar mis datos de teléfono y descargué el mapa de Londres, me moví, aunque fuese caminando y con tantas chivas encima, hacia mi hotel, el cual, luego descubrí, se hallaba en el CENTRO de Londres, y bien podía tomar el Underground que podría dejarme justo a dos cuadras del Royal National.


Caminé, y en cada cuadra me detenía a tomar fotos. En cada parque veía las imágenes de londinenses corriendo, sentados en las bancas leyendo el periódico o paseando perros tan finos y tan bien bañados. Veía tiendas carísimas y gente tan bien vestida saliendo de las mismas. Veía extrañísimos autos que se conducían por el lado izquierdo y sentía que el sol solo abochornaba una mañana como esa, que estaba tan fresca. Caminé una hora más, pero el equipaje bien agotaba mis esfuerzos. Entonces llamé otro taxi, pregunté cuánto cobraba por llegar allá y, al ver que solo serían 10 libras más, me subí.

  
 Y qué bueno que lo hice porque entonces atravesé el centro, tan lleno de gente y solo viable de cruzar a paso pingüino, tan lento y difícil. Veía entonces, desde el auto, promocionales de Toy Story 4, película que no había visto, y de Spiderman: Far From Home, película que tomaría una semana más en estrenarse. Fotografié mi camino, estaba tan maravillado con todo lo que veía que rogaba por tener más tiempo para verlo. A eso, empezó una discusión interna sobre las fotografías y los viajes, la cual creo que enorgullecería a Roland Barthes con sus argumentos del qué y por qué fotografiar algo. Pero ese punto lo explayaré más adelante.

       


Lo logro. Llego al hotel y al menos cinco o seis camiones están dentro del estacionamiento del lugar. El Royal National está dividido por un cuadrante en medio para automóviles y autobuses, separando entonces, el ala sur y el ala norte. Al llegar al lobby con mis cosas y enseñarles mi reservación mi avisan que debo ir a las oficinas de  Contiki primero y registrarme. Pensaba que tendría que ir a otro lugar muy lejos, y después volver, pero las oficinas estaban justo a un lado del hotel, uno simplemente debía caminar sobre Bedford Way 20 metros, bajar las escaleras y esperar a que le dieran su reservación.


 Había podido dejar mis maletas más grandes en la bodega del hotel, solo había ido con mi mochila a confirmar mi llegada con la gente de contiki y entonces, sentado en uno de los sillones del lugar, me pegó. Lo pude sentir, un sueño terrible comenzó a recorrer mi cuerpo. Quería ir a un baño y echarme agua, o correr, o hacer algo que pudiera despertarme. Entonces pregunté con los chicos sobre un buen lugar para comer y me fui para allá. 
Decidí usar unos lentes de sol que había comprado años atrás, me quedaban grandes y estaban ya un poco chuecos, pero siempre adoré usarlos. Incluso en México había veces en clase que quería tenerlos, y cuando dirigía cortometrajes o estaba en proyectos con mucha gente, solía ponérmelos ¿Para qué? Para evitar que los demás pudieran ver mis ojos, no me gustaba, ahora lo identifico como parte de una inseguridad que tenía. Y de hecho considero que lo hago simplemente para ocultar timidez. Pero aquí, no. Uso esos lentes caminando hacia el lugar porque se me han formado unas ojeras enormes, no es algo que me gusta esconder pero se notaría a leguas lo cansado y hambriento que estaba. Cruzo del otro lado sobre Woburn Place, y sigo todo derecho sobre Coram Street, donde se me había dicho había  una plaza donde podría encontrar un lugar donde comer. Es en esta calle donde grabo mi primera bitácora como viajero, presentando mi situación y cómo me sentía. 

                              
Al llegar encuentro varios lugares de ropa y muy pocos restaurantes. Veo un maniquí con un vestido de novia que me recordaba a las figuras tamaño real de las santas muertes cercanas a mi casa.
 No quiero comer nada grande, nada elaborado. Salgo de la plaza y en mi regreso al hotel veo un minisúper. Decido comprar una Coca-Cola, Doritos con un sabor bastante extraño, y un poco de agua.  Al pagar, el encargado de la tienda, a quien presuntamente reconocí con un acento hindú, me corrige que no debo pagar con Euros ahí, no los recibirán en ningún lado, se paga con libras. Me disculpo, pero es que el intempestivo cansancio ya hace que confunda billetes extraños, que casi nunca había visto.
Al llegar de nuevo a la base me avisan que debería esperar hasta las 6 pm para que el tour iniciase. Había visto que muy cerca de ahí muchas atracciones interesantes, carajo no por nada era el centro Londinense. Pero el Jet Lag me consumía, apenas y camino otras cuadras y sin que el azúcar del refresco haga efecto, decido tomar una siesta en uno de los sillones de la base de Contiki. Solo así podría estar un poco fresco para iniciar el camino. Duermo, mi teléfono avisa las 2:30, las 3:15, 4:00 pm. Me da un poco de pena porque estoy desparramado en el sillón y muchos chicos que van llegando a la base tendrán la postal de un gordito mexicano echado al fondo del lugar de descanso. Pero nadie me molesta, me dejan recargar. 4:15 pm y estoy cansado de reposar. Un golpe de exaltación y fatiga hace que me tiemblen las piernas. Visito de nuevo al lobby del hotel. Desde hace una hora mi habitación ya está disponible. Subo mis maletas, me lamento porque mi hermano no pueda estar en la otra cama y cargo mi teléfono. 

                              

 Es la primera vez que utilizo un adaptador, lo pongo en modo UK, y descanso en una suave cama que se mueve por culpa de unas ruedas sin tope. Así espero reposar un rato. Enciendo la televisión y me dejo hundir en un acento inglés que da una muestra extravagante, curiosa y muy refinada de esta lengua que vengo conociendo desde mis años en pañales.
5:25 pm, suena la alarma de las actividades. No quiero dejar la cama, pero ya tengo energía suficiente para moverme. Hago un par de videos sobre la habitación. 
    

Me gustaría conocer de mejor forma la GoPro, no sé, leer mejor los manuales o algo así. Hmm… en realidad creo que me estoy adelantando a eso. Y mucho. Ya vendrá el asunto de la cámara. Por el momento digo que estoy emocionado de tener un cuarto para mí solito en Londres y decido explorar un poco más el hotel antes de volver a la base de Contiki. En el ala sur del lobby pusieron una convención de cómics y artículos geek del tamaño de tres salas. Entro para ver artículos de colección, figuras Funko, Vhs viejos y una que otra historieta clásica que no se me hacían tan caras al ver los precios, pero luego mi expresión cambiaba cuando a ese numerito con el que se vendían, lo debía multiplicar por 25.
De vuelta a la base. La horda de jóvenes esperando su tour no me asusta pero adentro somos demasiados. Resulta que somos la agrupación de tres conjuntos. El mío, European Experience. Me presentan entonces con mi guía, y la cara más reconocible en los próximos veintiún días. Anna. Anna Bloomfield. Una chica muy alegre, con párpados caídos y una melena rubia opaca. Se presenta con alevosía y nos introduce a Yogi, cuyo verdadero nombre era Damian, quien sería de ahí en adelante nuestro chofer por Europa. Entonces me registro; explico el caso de mi hermano, y estoy dispuesto a pasar una tarde inglesa.

Conozco a muy pocos en el trayecto. Decido ponerme cerca de Anna durante el mini tour londinense ya que de esta forma escucharía mejor cada detalle que ella nos pudiera presentar. Así, salimos del hotel en un hermoso conjunto y atravesamos Russell Square, el parque más cercano a la base y famoso por tener durante muchos años duelos de revolver a diez pasos, como en el viejo oeste gringo. La tarde es fresca, se nota que cuando hace frío, esas calles lo sufren. Nos presentan diseños arquitectónicos impecables planeados por el mismo sujeto que diseño el titanic, tiendas escocesas de sombrillas y paraguas que dan buen porte a quien los use, y la fachada del Museo Británico. Anna no tiene ningún empacho por mencionar que no hay nada británico ahí dentro, días después lo comprobaría. Seguimos sobre Bloomsbury cuando Anna demuestra su preocupación sobre el paradero de mi hermano. “Dices que lo veremos en Lyon, pero no vamos a Lyon” me contesta mientras caminamos, me asusto inicialmente pero luego aclaro la historia  “Es cierto, en realidad lo veremos en Niza” termino por corregir. Después, un hambre tremenda azota mi caminar. Nos presentan una fuente famosa que durante el siglo XV sació la sed de la sociedad británica, también pasamos por calles famosas, llenas de color y vida nocturna, no tan extravagante, más bien excéntrica, la gente sale con sus cervezas a la calle. Caminan mientras devoran rebanadas de pizza gigantes mientras leen el periódico. Atravesamos un callejón, dos rotondas y una avenida peatonal para llegar a la plaza de Shakespeare, rodeada por cines y por teatros. 


Antes nos es presentada la estatua conmemorativa de Agatha Christie, donde su rostro de perfil está dentro de un libro de bronce con todos los títulos de su bibliografía escritos. Ya en las calles más concurridas, nos percatamos que la basura está acumulada en bolsas en todas las banquetas. Como si no hubiera quien las recogiera, siendo tristemente ignoradas pero sí percatadas por las olas de gente que recorre esas calles. Sentí la necesidad de documentar ello también, pues sería parte de otra idea que combatí conmigo mismo todos esos días: Si bien voy en plan de grabar toda mi odisea, el documentar implica balancear las cosas buenas y las malas, las joyas estéticas británicas en plazas, edificios y suburbios, así como el  peculiar reflejo de su cultura, pero también problemas diarios como la  basura, las varias personas sin hogar que se acercaban a pedir tan siquiera una libra (y que una vez escuché en otro idioma que no fue inglés) así como las pancartas sobre picadilly y Trafalgar que manifestaban  rechazo universal a un evento que fastidiaba a los londinenses: el Brexit.
 Curiosa idea en la cabeza, tendría muchos más días para irla desarrollando.
Dejamos de atravesar un mar de gente. Mucho gañán de turista y cabulas nos dejan en paz y frente a mí, está la gran escultura de William Shakespeare.



 THERE IS NO DARKNESS BUT IGNORANCE, nos quiere decir aquella forma de mármol tan apacible.

 No dejo de hablar con Anna, pregunto aquello sobre ese lugar famoso sobre Westminster. Sobre la reina y su posible inmortalidad, sobre un pasaje de Jorge Luis Borges en El Aleph  donde comparaba la capital inglesa con un laberinto roto, me afirma que más forma de laberinto en espiral tiene París, pero eso, parafraseando su amable respuesta, ya llegará luego.
                  

 Después de ver las grandes pantallas fuera de los cines donde se anuncian las próximas películas, nos enseña lugares cercanos donde podemos comer barato y sabroso. Pero no nos acercamos a Picadilly, nuestra ruta es directo a Trafalgar, donde a casi cincuenta metros de la estatua de Nelson, nos dan por terminado el mini Tour. Anna concluye el día con más recomendaciones de qué ver, o comer, o probar, o fotografiar, o visitar, o comprar, antes de que caiga la noche. Muchos, como una gran epifania del porvenir de nuestro viaje, preguntan por algún Pub famoso, Anna replica que hay muchos muy buenos cerca, pero uno de los mejores se encuentra a un costado del Royal. The London Pub. Ella dice que irá a tomar una copa para tener un buen viaje, algo así como un ritual de la buena suerte a nuestros próximos días, en un lugar llamado The International. Cuando se empieza a disolver todo el grupo y cada quien ve qué puede conocer en esas horas, le pregunto dónde vendían las hamburguesas que momentos antes nos había recomendado.
“Oh, el lugar es Shake Shack, es muy bueno, queda cerca del M&M world, puedo llevarte si quieres”  Contesta Anna. Entonces una pesadez de Cansancio, sueño y hambre comienzan a moldear mis deseos. Caminamos de vuelta a la plaza cuando externo mis ganas de conocer Stonehedge, me dice que Contiki tiene tours para allá y que posiblemente cuando estemos de vuelta en Londres pueda tomar alguno. Regresamos a los pies de Shakespeare,  me señala el lugar. Escucho que me repite la misma oración con la que despidió al grupo “Iré a tomar un trago a The International,” Agregando al final un tímido pero directo “¿Te gustaría acompañarme?”
No estoy pensando bien las cosas, es más a estas alturas del partido mi yo del futuro desea golpear a ese Hector. Intervengo como narrador: Claro que quieres, idiota. Ve y toma ese trago y conócela mejor, juégatela con ese acento tan británico, es rápido y muy exótico pero le entiendes todo ¿Cuándo antes en tu corta y aburrida vida, una linda chica inglesa te ha invitado a tomar con ella una cerveza en Londres? Eso ni se piensa. Como vas, sin miedo, sin planear lo que pueda pasar esta noche. CORRE ¡Solo di YES!

Ojalá, es la primera de contadas pero dolorosas ocasiones donde ese puto tiempo posible me fastidia. Dije que no, me sentía muy cansado, y aturdido por un multivariado inglés y sonando diferente. Estaba agotado y obedecía más a mi estómago. Agradecí la invitación y ella lo entendió, preguntando si estaba seguro, puse el último clavo del ataúd con un “Sí, gracias, iré a cenar y te veo mañana Anna, que pases buena noche”. Hijo de la chingada.


De cenar: una deliciosa hamburguesa con queso sin papas y una malteada de fresa con mango sin crema batida. Cuento mis libras y me doy cuenta que son casi las 9:30 pm pero afuera el día parece estar a las seis de la tarde. Veo a algunos cuantos de mi grupo viendo las tiendas y comprando helados de 25 centavos. Entonces sigo caminando y pienso perderme en uno de los centros más concurridos de toda Europa. Sería una curiosa visión de un miedo que poco a poco se iba a perder. Regreso por donde llegamos. Camino hasta donde recuerdo, viendo como los vagabundos juntan cartones desperdigados entre la basura para hacer sus camas de esa noche. 
Veo los puestos de Kebab y una pizzeria atiborrada de gente que vende rebanadas gigantes a una libra. Compro una solo para probar, el hombre, hablando quizá una lengua oriental, no para de regañar al cocinero del fondo del local. Sé que voy bien cuando vuelvo a cruzar el callejón hipster, tan avivado. Veo la galería de arte que apenas y note en el viaje de ida y tomo algunas fotos de los cuadros en venta, son preciosos. 

                               

Abajo del lugar, y por fuera, había una fiesta con vino a la que podías entrar con una cuota de 6 libras, lo vi tentador, y ya bajaba las escaleras al momento de que dos chicas subían reclamando lo vacío del lugar y que volverían más noche. Encontré también una tienda, justo a un lado de un negocio donde vendían por 15 libras el famoso fish n' chips, un platillo que no se me antojaba nada, sobre todo si comparaba la calidad del pescado frito con los famosos filetitos que vendían en la central de mariscos en México, con limón y salsa valentina. Cuando entré al minisúper de nueva cuenta, caí en el error de pagar con euros, pero en este puesto el hombre fue más amable. Luego de pagar bien, me preguntó de dónde venía, si ya tenía rato en Londres y si me estaba gustando. Podía apostar que tenía procedencia hindú, mitad por su acento y mitad por su figura de ganesha cerca del monitor de las cámaras de seguridad. Respondo amablemente y me desea suerte, que me divierta mucho. Agradezco y me voy con una gran impresión. De vuelta al cruce de Bloomsbury, Anna presumía horas antes que la señalización de cada sentido vehicular se encuentra en el pavimento, así es imposible que nadie lo note. Yo, como buen mexicano, respetando mi naturaleza vial, no pierdo el impulso de mirar a ambos lados al cruzar, incluso aquí en Londres, y en todo el mundo, no vaya a haber un pendejo que vaya en sentido contrario.

 Calles antes y afuera del museo británico, grabo otro video de cómo he sentido Londres el primer día y lo caro que puede ser cenar, pero que me gustaba, siendo buen citadino que soy, el ritmo tranquilo y a la vez movido que tenían los Londinenses, aun sabiendo que muchos turistas los visitan siempre. Justo detrás del museo británico, decido tomar foto de las famosas cabinas telefónicas rojas que son reconocidas a nivel mundial: Ninguna funciona, huelen a orina por dentro y los teléfonos fueron arrancados, de hecho, lo único que hay dentro son el número de Escorts con su catálogo de servicios para toda ocasión.

                                        
Para regresar, decido atravesar Russell Square en vez de rodearlo. Hay una fuente donde antes eran los duelos, y veo que, a pesar de ser las 10:20 pm el sol SIGUE AHÍ, y no solo eso, la gente está con sus perros, tomando picnics con vino al aire libre y los niños aún tienen energía para correr en el pasto persiguiendo pelotas. Todo esto es increíble, en Inglaterra tiene demasiado día del día. Me encanta. Justo tomo todas las fotos que quiero. Último cruce para llegar al hotel y ocurre la escena graciosa del día: Dos gaviotas pelean el cadáver de una ardilla sobre el aire, se ve curioso y a la vez asqueroso, en medio de la acalorada riña avícola, ambas aves sueltan al roedor y este cae sobre un cab, el conductor se asoma desde la ventanilla para saber qué carajos sonó y el pasajero, que había visto toda la escena,  se ríe. Yo solo me quedo con la imagen de la  ardilla sobre el taxi y me voy. Veo de nuevo la base de Contiki con una larga planeación por delante. Llego al hotel y en mi habitación pongo un canal cristiano, un pastor negro habla sobre qué es la tierra de dios, intercalado con cien secuencias desde distintos ángulos de su congregación totalmente entregada a sus palabras. Me canso a los cinco minutos pero no sé cómo cambiarle, no había control remoto.  Tomo un baño haciendo uso de la tina. Encuentro el botón de channel detrás de la TV, pongo Jack Ryan en la BBC. Organizo mis maletas y distribuyo mi ropa para salir mañana despegado como un cohete, cargo la cámara, mi teléfono y la batería externa y ceno tranquilamente a las 11:30 pm ya con un cielo oscuro, en el escritorio de mi habitación. Estando un tanto aturdido de tanto inglés, devoro mi hamburguesa escuchando noticias de un canal español. No recuerdo los encabezados ni las noticias de ese día. Solo algo que advertía que una ola de calor entró a las tierras españolas y francesas hace un día. Se recomienda tomar precauciones. Duermo con la idea de calor en París, pero no me preocupo. Pongo mi alarma a las 5:12 am. Cierro los ojos, y pienso lo pendejo que me vi negándole un trago a mi guía.

No podía conmigo, al día siguiente conocería Francia. Al menos un buen tramo.



-HM. 6/08/19





sábado, 3 de agosto de 2019

EURO AVENTURA (1) EXPECTATIVAS, LARGOS VIAJES Y MARY POPPINS AD NAUSEAM

EURO AVENTURA (1) 

EXPECTATIVAS, LARGOS VIAJES Y MARY POPPINS AD NAUSEAM


CDMX AEROPUERTO: 22 DE JUNIO

Un mar de pensamientos atacó mi cabeza esa mañana. Una especie de lista de cosas pendientes zumbaba mi cabeza con tal ansiedad que no me dejaba pensar con claridad. ¿Imprimí los boletos de avión? Sí. ¿El diario de viaje esta en tu mochila? Sí. ¿Cargaste y revisaste que estuviera vacía la memoria de la GoPro? Sí. ¿Esperas que todo salga bien? Sí.
 Y es que eso es lo que pasa cuando es tu primer vuelo trasatlántico. Me molestaba que, por culpa de infames planeaciones escolares, mi hermano no pudiese empezar el viaje conmigo. Hermano estaría reuniéndose conmigo en Francia, dentro de cinco días. Así que era yo con mi soledad en ese avión. Mi último desayuno fueron unas enchiladas con pollo y jugo de naranja que se deslizaron por mi estómago sin provocar ni un solo sabor exquisito, por el hecho de que los nervios de viajar asediaban mi órgano digestivo. Papá estaba orgulloso, pero en nuestros últimos instantes juntos declaró sentirse más preocupado que nada, eso no ayudaba. Afortunadamente, al encontrar mi puerta de abordar, Mamá no lloró junto a mí y se limitó a abrazarme y desearme un buen viaje. Abracé a todos, me despedí de mi hermano con la frase  “Te veré del otro lado” ya que a mí me encanta decir ese tipo de frases para despedir a alguien (se repetirá en próximos días) y fui directo a mi avión.
Para ese momento, había hecho muchos planes sobre este viaje. Días atrás decidí que mi documentación el mismo sería lo más íntima posible, pero que pensaba grabar, capturar y recordar cada detalle con una cámara GoPro que había comprado hacía unos meses. También llevé conmigo una grabadora de voz que de muchas cosas me había salvado en proyectos escolares y que yo adoraba por la potencia del micrófono que tenía. Con eso, respaldé todos mis archivos del teléfono, dejándome espacio para grabar durante 5 horas o algo así como 15 000 fotos disponibles. Iba más que preparado. Llevaba un rompe vientos rojo, pantalones de mezclilla negros, los cuales eran mis favoritos, y mi camisa roja.
De equipaje, había documentado una gran maleta de bolsa, enorme. También llevaba una maleta de rueditas color negro, y, para mi dicha o desgracia, esta sería la última vez que llevaría mi antigua mochila  de tirantes que desde mis tiempos en la vocacional llevé. Era consciente de los agujeros que tenía, las partes rotas y de que era posible que no hubiese escogido peor mochila para un viaje. Solo que, vi muy nostálgico que me acompañase a una aventura más aquella vieja amiga  de color negro y rojo que estuvo conmigo durante muchos años. Iba listo.
 La línea Iberia me tenía preparado un asiento en el pasillo. Era la primera vez que veía un avión así de enorme, que además tuviese pantalla enfrente y que fuera bastante ameno. No tuve mucho problema para acomodarme y poder disfrutar de un viaje de nueve horas y cacho. Incluso antes de despegar, ya había puesto  “Extremely Wicked…” con Zac Efron y Lilly Collins, una película que llamaba mucho mi atención y que aún tardaría en estrenarse en México, fue horrible. Durante el vuelo hubo tres comidas, pero destaco lo que dieron de comer, una pasta con ensalada y un panqué dulce acompañado del primer vino de todo el viaje. Sí señor, primer día y ya estaba bebiendo. Qué buen augurio ¿No creen? 


No perdí el tiempo. Durante esas horas, mirando el mapa interactivo, había hecho el cálculo ya: estaría entrando a Madrid, España, la mañana del día 22, repitiendo esa misma mañana pero en tierras europeas,  solo estaría despierto un día entero y debería tener pilas suficientes para sobrevivir toda esa jornada. Fácil. Seguíamos en el vuelo. Me movía de vez en cuando para evitar entumecerme. Afortunadamente, entre cafés y tés y agua y mi oportuno desapego a mi celular al que había olvidado ponerle nueva música, encontré el momento para adelantar hojas de mi libro; Para el viaje llevaba Temporada de Huracanes de la veracruzana Fernanda Melchor, y durante unas cuatro horas, con una mini lámpara para lectura que había comprado y metí entre muchas gadgets dentro de mi mochila, seguí leyendo aquel crudo relato rural mexicano mientras los demás pasajeros, sabiamente, dormían para sobrellevar el día que venía.

                                             

Pasan horas. No veo el momento de que ese reloj termine diciendo que estamos en España. Me canso. Sudo y no quiero dormir. Siendo mi primera vez en este tipo de vuelos tan largos, no había desarrollado esa especie de paciencia para tantas horas. Aunque recordé que un viaje en camión a Poza Rica, Veracruz, nos llevó casi las ocho horas por un deslave en la carretera que nos hizo perder tres horas más de lo esperado. Quizás ahí ayudaba que no venía solo, que podía consolarme platicando con mi hermano, o mi madre. Aquí, y de aquí en adelante, comencé a experimentar un nivel de control de sentimientos que muy pocas veces había podido sentir ¿A qué me refiero? Que esa frustración o cansancio solo podría compartirla conmigo mismo y nada más. Ah, pero ¿Entonces qué podía contar a la cámara? ¿Qué pondría en mi diario de viaje? Ese debía ser el catalizador de mis sentimientos. Expresar el todo por el todo dentro de videos y páginas ¡Para eso lo había traído! Juré sentirme un genio. Estaba dispuesto a mostrar todo sobre mi viaje y  decir cómo me sentía por esto o por aquello. Regreso a mi libro, el cansancio por instantes puede con mis ganas ciegas, y que casi no contemplo de conocer el viejo continente, de verlo y apreciarlo, pero me duele más mi espalda, pero solo quiero descansar un rato. Que las pantallas de otros pasajeros no sean tan brillantes. Quiero que la señora que va en la fila delante de mí ponga otra cosa en vez de enseñarle a sus hijas por cuarta ocasión Mary Poppins en una pantalla y  El  Regreso de Mary Poppins en la otra. Deseo tocar otra tierra. Y en ese momento, solo me muevo.
Y se prenden las luces del avión. Y suenan las alertas de aterrizaje. Y más que contento, me siento aliviado. En ese momento, el señor de un lado mío, quien sabiamente llevaba una de esos antifaces para dormir, me hace la plática para hacer amena la caída. El hombre llevaba a su familia, jóvenes de mi edad y su esposa, de vacaciones mientras él tenía un congreso. Yo le digo que voy de campamento a Londres y que a Madrid solo voy por mi vuelo de conexión. “Londres ¿eh? Muy bonito y muy caro hombre” Sí, recuerdo esas palabras bastante bien.

MADRID, ESPAÑA 22 DE JUNIO.

  
Ya en Madrid aún está obscuro,  fría madrugada para correr por un vuelo. En las pantallas de conexión una chica me pregunta por lo que dice en un vuelo hacia Atenas que me señala. Contesto que deberían abordar ya. La chica apenas y dice gracias y corre. Tengo la buena suerte de dirigirme a la terminal S. Vacía. Mientras las otras se llenan de gente que quiere seguir en otros vuelos locales, o a medio oriente. Paso en diez minutos. En la terminal hay pocos esperando. El único negocio abierto y, donde pago por primera vez en mi vida con euros, es en un Starbucks. No suelo comprar ahí. No me gusta. De hecho no suelo tomar café. Solo que me aturde el hecho de haber desayunado antes de subir a ese avión y bajar para desayunar algo en otro lugar esa misma mañana. No se ha movido tanto el tiempo, pero mi cuerpo empieza a resentirlo. Ahí, esperando mi vuelo, devoro un rol de canela con chocolate caliente. Doy mi primera bitácora a mis padres de dónde estoy y cómo me siento y me muevo a la puerta indicada. Esperando que mi equipaje siga conmigo en el próximo vuelo.
Llego y hay muchos portugueses. Me he preparado como he podido para el inglés. Sabré utilizarlo y puede que gane mucha confianza ante aquella lengua anglosajona que durante 15 años de forma turbulenta he estado aprendiendo. Nos movemos al momento de que el sol se asoma en España. Subimos a un camión que nos lleva al otro lado del aeropuerto, aprovecho para escuchar la nueva música que descargué para el viaje, un listado de canciones que no harían más que crecer en los siguientes días. Chamber of Reflection de Mac deMarco para subir a aquel avión. Nadie a bordo me habla hasta que dan la documentación para entrar a Inglaterra. Lleno el formato, mientras anoto mi primera página del diario sobre los breves minutos que pasé en España. Entonces, justo cuando termino el formulario inglés. Una sensación de excitación recorre todo mi cuerpo. No mames, me digo, voy a conocer Londres, estoy camino a Londres y no puedo creerlo, ¿Y sabes qué? Eso es solo el comienzo.

LA EURO AVENTURA (0) PRÓLOGO SOBRE UNA HISTORIA QUE RUEGO POR CONTAR


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PRÓLOGO.
Tres semanas. Han sido casi los mismos veinte días del viaje, y aún hay réplicas de la sacudida. ¿Qué me ha pasado? Hay días donde amanezco muy sensible, otros donde una gran indiferencia se apodera de mí. Hay momentos clave del día donde puedo escribir, o pintar, o dibujar. Pero hay una incesante pregunta sobre el paradero del mundo. Donde quiero saber lo que pasa allá ¿Cómo estará esto? ¿Cómo estarán ellos? Y sin duda, hay un argumento que, con el paso de los días se va apaciguando pero, cada que sale, resulta ser igual de poderoso en mi cabeza como la primera vez. Hubiera y Ojalá. Maldito seas, Pretérito Pluscuamperfecto, el tiempo gramatical de la cobardía.
El caso es que hoy es un buen sábado, 3 de agosto, el día fue tan fresco para apreciar el sol sin sentir calor y tan loco como para cubrirse de una lluvia que descarga su furia en cinco minutos y se va, por ello, quiero descargar la melancolía del día en un ejercicio poderoso y que muchas veces me ha sanado: Escribir. Y no lo vea como es, querido lector, que yo adoro teclear mi computadora dejando mis ideas en una computadora al sonido de remembranzas histriónicas que produce un mix de lo mejor de Chopin. El asunto es que me quedé sin amigos disponibles para contar sobre el viaje. Las veces que lo he hecho, en su totalidad, y resaltando detalles que considero de suma importancia, me he tardado cinco horas, pero disfruto cada rostro que escucha las anécdotas, se encuentran tan interesados por saber una historia mía que… es un placer saber qué desean escucharte, aunque me temo que eso muchas veces sea un poco superficial, no tan grato como las épicas de otros lados. Sin embargo,  con todo y lástima, hago mi esfuerzo, el auténtico esfuerzo porque mi historia, no es que les guste o no, sino porque por fin pueda ser contada bien.
Por eso el elemento de escribir quedó como último recurso: Adoro el encanto de narrar presencialmente y me encanta recordar la historia una y otra vez, sobre todo partes encantadoras. También teniendo en cuenta la planeación contra dos detalles, una gran lucha porque todo aquello importante del viaje se vea íntegramente reflejado, y pelear contra una memoria que, en un futuro, quizá ya desgastada, agradecerá las horas que permanecí sentado escribiendo una de las aventuras que, por ahora, es de las más extraordinarias de mi vida, si no es que la más.
Se hace un cálculo. No es fácil. El dinero de seis años debe invertirse bastante bien. Preguntamos, estamos tan interesados en todo lo que pueda ofrecerse a un buen precio. A mí, en realidad, solo me importa cruzar. El avión y me muevo por mi cuenta, no importa si recorro capitales y puertos con una maleta inmensa. Bien podría encontrar un lugar donde dormir durante esos días, y me seguiría moviendo: Metro, bicicletas, taxis, como fuese posible, solo quería recorrer Europa, y la idea no me dejaba tranquilo de tiempo en tiempo.
Una foto sobre el autor, semanas antes de siquiera imaginar lo que viviría (2019).


Entonces mi hermano se acerca <<Esos tours se ven muy bien>> Contiki, dice en grande. Nos regalan su catálogo. Habla un hombre alto y barbón. Tour estrictamente en inglés. Duraciones y países dependen. Las planeaciones suenan geniales. Lo más que se pueda, al mejor precio. Puros jóvenes: 18-35 entran en nuestros viajes. Ofrecemos desayunos y algunas cenas. Otras comidas tendrán que ser pagadas por su cuenta.  El tour cuenta con grandes campamentos en buenas posiciones de distintos países. Países que mueres por conocer, Hector. Digo va. Me gusta. Dejo que pasen los meses, que la escuela me desespere, que el francés necesario me moleste, que repita a mi terapeuta hasta la náusea lo harto que estoy y que deseo cambiar mi vida, que Marco y Layla se me acerquen con uno de los proyectos futuros y que a todo eso lo suspenda un 21 de junio, ansioso por irme de vacaciones, en ese momento solo quería ver cómo se ponía toda la aventura. No tenía ni puta idea.

Breves notas del autor:
Los lugares, personas, eventos, fechas, acciones y sentimientos que se mencionan aquí son reales. Algunas cosas se omiten para seguridad de terceros implicados. Decido conservar los nombres para dar una mayor fidelidad a la historia. Así mismo, declaro que esta no es ninguna confesión policial ante cualquier evento descrito aquí que pudiera levantar cargos legales. 
 ¡Disfrútenlo!

-HM   3/08/2019

martes, 31 de julio de 2018

FUE UNA HISTORIA REAL #1


HOLA A TODOS
Pienso hacer estas ilustraciones sobre cosas que de verdad ocurrieron. Tienen su chiste en algún lado.

ENIGMA HM

JULIO 2018

La invasión de los Marcianitos- Martin Amis


OS CONTARÉ CÓMO EMPEZÓ LA GUERRA:                      

La invasión de los Marcianitos- Martin Amis

Una de las cosas que puedo decir sobre la literatura referente a videojuegos es que su falta de evocación en aspectos estéticos es un arma de doble filo: Dependerá mucho lo que se diga del juego para que el lector, si le interesó o o no, pueda juzgar abiertamente. Ergo, la visualización mientras se lee párrafo a párrafo no difiere en lo más mínimo dentro de las cabezas de los lectores. "Sé cómo es Mario. Conozco ese nivel de Majora´s Mask y sé lo insufrible que es” Entre otros recuerdos, que muy buenos escritores verdaderamente sumergidos en el entretenimiento electrónico relatan con la misma pasión o aburrimiento con el que atravesaron un nuevo juego online o bien, un título de arcade de antaño.

·        La cosa es un poco distinta con Martin Amis y toda la experiencia setentera en la que nos sumerge con su libro

LA INVASIÓN DE LOS MARCIANITOS”
La escena urbana europea no está preparada para la llegada de un devorador de tiempo, esfuerzo, y cantidades inverosímiles de monedas de 25 centavos.

A manera de una ruidosa pero sutil invasión en forma de “recreativas” que llegan a los salones, bares y restaurantes británicos y franceses, Amis retrata el contexto socio-histórico con una crónica latente de la europa de principios de los 80s.



No es fácil remarcar la estadia de un videojuego y su impacto en los jugadores apenas a unas semanas de salido. Un título como los de ahora, debe pasar por una etapa de expectativa y desencanto; Donde, a partir de lo mucho o poco que se haya expuesto del juego sin haber salido, véase desde posters a controvertidos trailers, la audiencia experimenta, juega y recorre de muchos modos todo lo que pueda ofrecer el título; En la invasión de los marcianitos, es un secreto a voces, juegos como Crusader, Galaga o Space Invaders no manejan tanta variedad ni dinámica, pero sí ofrecen un reto, ser el mejor, tener mejor puntuación, completar las cosas en el menor tiempo posible.

La audiencia es impactante, pocas veces un medio de entretenimiento manejó una dinámica así. Niños de seis años llegan a los mismos niveles que corredores de bolsa encantados por un juego.

Con esto, debería decir que el medio cumple al llenar la brecha generacional que pueda tener un público. Claro que hay juegos específicos para ciertos grupos. Al igual que los libros, manejan tendencias que puedan cautivar más a unos que a otros.

“No es lo mismo jugar Silent Hill cuando tienes trece años a jugarlo a los 30, son diferentes los mensajes. El coraje y la voluntad se modifican. Con ello también se acerca el último punto que ofrece Amis en La Invasión. No nos dimos cuenta cómo los marcianitos están comiendo nuestro tiempo”

Depende de cada jugador de forma intencional o no, saber en qué tipo de aventuras invertirá su tiempo. Habrá algunas muy fáciles, que te darán la sensación de victoria por muy poco esfuerzo, pero hay otras, que por más que se intente uno debe dar el alma para seguir jugando.