martes, 6 de agosto de 2019

EURO AVENTURA (2) Sueño de una noche de verano Londinense.


EURO AVENTURA (2)

Sueño de una noche de verano Londinense.

LONDRES, INGLATERRA, 22 Y 23 DE JUNIO

El avión iba como un meteorito, tan fuerte, tan rápido y tan certero. Llegamos y en cuestión de 10 minutos estoy abajo pasando la aduana británica, no tengo ningún problema con sus acentos. Me preguntan dónde me quedaré, con quién y qué es lo que haré. Vamos, en las aduanas del futuro ya no deberían existir esas preguntas, al menos considero que si el viaje entero y toda su proyección se hicieron con meses, todo aquello se puede arruinar si no le sonríes al agente en turno que te toca para revisión. Solo me quedaré dos días, me voy de tour, me hospedaré en “The Royal National Hotel…y me voy con Contiki”. Salgo a las bandas de equipaje, veo mis maletas ahí y de inmediato, con la frente en alto, me voy del aeropuerto sin ansiedad, muy contento.

                               

En este momento pienso que debí ser un poco más listo. Ubicar líneas del metro (que para ser más certero en el relato, mencionaré como underground) y saber dónde demonios estaba mi hotel, creo que es un consejo que quiero darles, lectores. A la otra busquen, sin miedo, referentes locales o formas de moverse más viables, ya que un servidor se subió a un Taxi (ellos los conocen como Cab) y comencé a moverme con una tarifa de .20 centavos de libra por cada seis segundos. Y el viaje, en total, sería de 53 minutos hasta la puerta del hotel. Viendo lo carísimo que se volvía a cada minuto, decidí cambiar la locación. Pedí que me bajara en The Design Museum, quedaba cerca y al menos la ensagrentada sería de 33 libras. Antes de bajar, me dispuse a grabar un poco con la cámara GoPro, las primeras imágenes, dentro de un cab, de Londres Inglaterra.

                  
Llegué a The Design Museum. Curiosamente, tenían una exposición de Stanley Kubrick que hacía un par de años se presentó en la Cineteca Nacional. Quería volver a verla pero supongo que verían muy raro a un chico con dos maletas y una mochila dentro del museo. 

                                
Comencé a usar mis datos de teléfono y descargué el mapa de Londres, me moví, aunque fuese caminando y con tantas chivas encima, hacia mi hotel, el cual, luego descubrí, se hallaba en el CENTRO de Londres, y bien podía tomar el Underground que podría dejarme justo a dos cuadras del Royal National.


Caminé, y en cada cuadra me detenía a tomar fotos. En cada parque veía las imágenes de londinenses corriendo, sentados en las bancas leyendo el periódico o paseando perros tan finos y tan bien bañados. Veía tiendas carísimas y gente tan bien vestida saliendo de las mismas. Veía extrañísimos autos que se conducían por el lado izquierdo y sentía que el sol solo abochornaba una mañana como esa, que estaba tan fresca. Caminé una hora más, pero el equipaje bien agotaba mis esfuerzos. Entonces llamé otro taxi, pregunté cuánto cobraba por llegar allá y, al ver que solo serían 10 libras más, me subí.

  
 Y qué bueno que lo hice porque entonces atravesé el centro, tan lleno de gente y solo viable de cruzar a paso pingüino, tan lento y difícil. Veía entonces, desde el auto, promocionales de Toy Story 4, película que no había visto, y de Spiderman: Far From Home, película que tomaría una semana más en estrenarse. Fotografié mi camino, estaba tan maravillado con todo lo que veía que rogaba por tener más tiempo para verlo. A eso, empezó una discusión interna sobre las fotografías y los viajes, la cual creo que enorgullecería a Roland Barthes con sus argumentos del qué y por qué fotografiar algo. Pero ese punto lo explayaré más adelante.

       


Lo logro. Llego al hotel y al menos cinco o seis camiones están dentro del estacionamiento del lugar. El Royal National está dividido por un cuadrante en medio para automóviles y autobuses, separando entonces, el ala sur y el ala norte. Al llegar al lobby con mis cosas y enseñarles mi reservación mi avisan que debo ir a las oficinas de  Contiki primero y registrarme. Pensaba que tendría que ir a otro lugar muy lejos, y después volver, pero las oficinas estaban justo a un lado del hotel, uno simplemente debía caminar sobre Bedford Way 20 metros, bajar las escaleras y esperar a que le dieran su reservación.


 Había podido dejar mis maletas más grandes en la bodega del hotel, solo había ido con mi mochila a confirmar mi llegada con la gente de contiki y entonces, sentado en uno de los sillones del lugar, me pegó. Lo pude sentir, un sueño terrible comenzó a recorrer mi cuerpo. Quería ir a un baño y echarme agua, o correr, o hacer algo que pudiera despertarme. Entonces pregunté con los chicos sobre un buen lugar para comer y me fui para allá. 
Decidí usar unos lentes de sol que había comprado años atrás, me quedaban grandes y estaban ya un poco chuecos, pero siempre adoré usarlos. Incluso en México había veces en clase que quería tenerlos, y cuando dirigía cortometrajes o estaba en proyectos con mucha gente, solía ponérmelos ¿Para qué? Para evitar que los demás pudieran ver mis ojos, no me gustaba, ahora lo identifico como parte de una inseguridad que tenía. Y de hecho considero que lo hago simplemente para ocultar timidez. Pero aquí, no. Uso esos lentes caminando hacia el lugar porque se me han formado unas ojeras enormes, no es algo que me gusta esconder pero se notaría a leguas lo cansado y hambriento que estaba. Cruzo del otro lado sobre Woburn Place, y sigo todo derecho sobre Coram Street, donde se me había dicho había  una plaza donde podría encontrar un lugar donde comer. Es en esta calle donde grabo mi primera bitácora como viajero, presentando mi situación y cómo me sentía. 

                              
Al llegar encuentro varios lugares de ropa y muy pocos restaurantes. Veo un maniquí con un vestido de novia que me recordaba a las figuras tamaño real de las santas muertes cercanas a mi casa.
 No quiero comer nada grande, nada elaborado. Salgo de la plaza y en mi regreso al hotel veo un minisúper. Decido comprar una Coca-Cola, Doritos con un sabor bastante extraño, y un poco de agua.  Al pagar, el encargado de la tienda, a quien presuntamente reconocí con un acento hindú, me corrige que no debo pagar con Euros ahí, no los recibirán en ningún lado, se paga con libras. Me disculpo, pero es que el intempestivo cansancio ya hace que confunda billetes extraños, que casi nunca había visto.
Al llegar de nuevo a la base me avisan que debería esperar hasta las 6 pm para que el tour iniciase. Había visto que muy cerca de ahí muchas atracciones interesantes, carajo no por nada era el centro Londinense. Pero el Jet Lag me consumía, apenas y camino otras cuadras y sin que el azúcar del refresco haga efecto, decido tomar una siesta en uno de los sillones de la base de Contiki. Solo así podría estar un poco fresco para iniciar el camino. Duermo, mi teléfono avisa las 2:30, las 3:15, 4:00 pm. Me da un poco de pena porque estoy desparramado en el sillón y muchos chicos que van llegando a la base tendrán la postal de un gordito mexicano echado al fondo del lugar de descanso. Pero nadie me molesta, me dejan recargar. 4:15 pm y estoy cansado de reposar. Un golpe de exaltación y fatiga hace que me tiemblen las piernas. Visito de nuevo al lobby del hotel. Desde hace una hora mi habitación ya está disponible. Subo mis maletas, me lamento porque mi hermano no pueda estar en la otra cama y cargo mi teléfono. 

                              

 Es la primera vez que utilizo un adaptador, lo pongo en modo UK, y descanso en una suave cama que se mueve por culpa de unas ruedas sin tope. Así espero reposar un rato. Enciendo la televisión y me dejo hundir en un acento inglés que da una muestra extravagante, curiosa y muy refinada de esta lengua que vengo conociendo desde mis años en pañales.
5:25 pm, suena la alarma de las actividades. No quiero dejar la cama, pero ya tengo energía suficiente para moverme. Hago un par de videos sobre la habitación. 
    

Me gustaría conocer de mejor forma la GoPro, no sé, leer mejor los manuales o algo así. Hmm… en realidad creo que me estoy adelantando a eso. Y mucho. Ya vendrá el asunto de la cámara. Por el momento digo que estoy emocionado de tener un cuarto para mí solito en Londres y decido explorar un poco más el hotel antes de volver a la base de Contiki. En el ala sur del lobby pusieron una convención de cómics y artículos geek del tamaño de tres salas. Entro para ver artículos de colección, figuras Funko, Vhs viejos y una que otra historieta clásica que no se me hacían tan caras al ver los precios, pero luego mi expresión cambiaba cuando a ese numerito con el que se vendían, lo debía multiplicar por 25.
De vuelta a la base. La horda de jóvenes esperando su tour no me asusta pero adentro somos demasiados. Resulta que somos la agrupación de tres conjuntos. El mío, European Experience. Me presentan entonces con mi guía, y la cara más reconocible en los próximos veintiún días. Anna. Anna Bloomfield. Una chica muy alegre, con párpados caídos y una melena rubia opaca. Se presenta con alevosía y nos introduce a Yogi, cuyo verdadero nombre era Damian, quien sería de ahí en adelante nuestro chofer por Europa. Entonces me registro; explico el caso de mi hermano, y estoy dispuesto a pasar una tarde inglesa.

Conozco a muy pocos en el trayecto. Decido ponerme cerca de Anna durante el mini tour londinense ya que de esta forma escucharía mejor cada detalle que ella nos pudiera presentar. Así, salimos del hotel en un hermoso conjunto y atravesamos Russell Square, el parque más cercano a la base y famoso por tener durante muchos años duelos de revolver a diez pasos, como en el viejo oeste gringo. La tarde es fresca, se nota que cuando hace frío, esas calles lo sufren. Nos presentan diseños arquitectónicos impecables planeados por el mismo sujeto que diseño el titanic, tiendas escocesas de sombrillas y paraguas que dan buen porte a quien los use, y la fachada del Museo Británico. Anna no tiene ningún empacho por mencionar que no hay nada británico ahí dentro, días después lo comprobaría. Seguimos sobre Bloomsbury cuando Anna demuestra su preocupación sobre el paradero de mi hermano. “Dices que lo veremos en Lyon, pero no vamos a Lyon” me contesta mientras caminamos, me asusto inicialmente pero luego aclaro la historia  “Es cierto, en realidad lo veremos en Niza” termino por corregir. Después, un hambre tremenda azota mi caminar. Nos presentan una fuente famosa que durante el siglo XV sació la sed de la sociedad británica, también pasamos por calles famosas, llenas de color y vida nocturna, no tan extravagante, más bien excéntrica, la gente sale con sus cervezas a la calle. Caminan mientras devoran rebanadas de pizza gigantes mientras leen el periódico. Atravesamos un callejón, dos rotondas y una avenida peatonal para llegar a la plaza de Shakespeare, rodeada por cines y por teatros. 


Antes nos es presentada la estatua conmemorativa de Agatha Christie, donde su rostro de perfil está dentro de un libro de bronce con todos los títulos de su bibliografía escritos. Ya en las calles más concurridas, nos percatamos que la basura está acumulada en bolsas en todas las banquetas. Como si no hubiera quien las recogiera, siendo tristemente ignoradas pero sí percatadas por las olas de gente que recorre esas calles. Sentí la necesidad de documentar ello también, pues sería parte de otra idea que combatí conmigo mismo todos esos días: Si bien voy en plan de grabar toda mi odisea, el documentar implica balancear las cosas buenas y las malas, las joyas estéticas británicas en plazas, edificios y suburbios, así como el  peculiar reflejo de su cultura, pero también problemas diarios como la  basura, las varias personas sin hogar que se acercaban a pedir tan siquiera una libra (y que una vez escuché en otro idioma que no fue inglés) así como las pancartas sobre picadilly y Trafalgar que manifestaban  rechazo universal a un evento que fastidiaba a los londinenses: el Brexit.
 Curiosa idea en la cabeza, tendría muchos más días para irla desarrollando.
Dejamos de atravesar un mar de gente. Mucho gañán de turista y cabulas nos dejan en paz y frente a mí, está la gran escultura de William Shakespeare.



 THERE IS NO DARKNESS BUT IGNORANCE, nos quiere decir aquella forma de mármol tan apacible.

 No dejo de hablar con Anna, pregunto aquello sobre ese lugar famoso sobre Westminster. Sobre la reina y su posible inmortalidad, sobre un pasaje de Jorge Luis Borges en El Aleph  donde comparaba la capital inglesa con un laberinto roto, me afirma que más forma de laberinto en espiral tiene París, pero eso, parafraseando su amable respuesta, ya llegará luego.
                  

 Después de ver las grandes pantallas fuera de los cines donde se anuncian las próximas películas, nos enseña lugares cercanos donde podemos comer barato y sabroso. Pero no nos acercamos a Picadilly, nuestra ruta es directo a Trafalgar, donde a casi cincuenta metros de la estatua de Nelson, nos dan por terminado el mini Tour. Anna concluye el día con más recomendaciones de qué ver, o comer, o probar, o fotografiar, o visitar, o comprar, antes de que caiga la noche. Muchos, como una gran epifania del porvenir de nuestro viaje, preguntan por algún Pub famoso, Anna replica que hay muchos muy buenos cerca, pero uno de los mejores se encuentra a un costado del Royal. The London Pub. Ella dice que irá a tomar una copa para tener un buen viaje, algo así como un ritual de la buena suerte a nuestros próximos días, en un lugar llamado The International. Cuando se empieza a disolver todo el grupo y cada quien ve qué puede conocer en esas horas, le pregunto dónde vendían las hamburguesas que momentos antes nos había recomendado.
“Oh, el lugar es Shake Shack, es muy bueno, queda cerca del M&M world, puedo llevarte si quieres”  Contesta Anna. Entonces una pesadez de Cansancio, sueño y hambre comienzan a moldear mis deseos. Caminamos de vuelta a la plaza cuando externo mis ganas de conocer Stonehedge, me dice que Contiki tiene tours para allá y que posiblemente cuando estemos de vuelta en Londres pueda tomar alguno. Regresamos a los pies de Shakespeare,  me señala el lugar. Escucho que me repite la misma oración con la que despidió al grupo “Iré a tomar un trago a The International,” Agregando al final un tímido pero directo “¿Te gustaría acompañarme?”
No estoy pensando bien las cosas, es más a estas alturas del partido mi yo del futuro desea golpear a ese Hector. Intervengo como narrador: Claro que quieres, idiota. Ve y toma ese trago y conócela mejor, juégatela con ese acento tan británico, es rápido y muy exótico pero le entiendes todo ¿Cuándo antes en tu corta y aburrida vida, una linda chica inglesa te ha invitado a tomar con ella una cerveza en Londres? Eso ni se piensa. Como vas, sin miedo, sin planear lo que pueda pasar esta noche. CORRE ¡Solo di YES!

Ojalá, es la primera de contadas pero dolorosas ocasiones donde ese puto tiempo posible me fastidia. Dije que no, me sentía muy cansado, y aturdido por un multivariado inglés y sonando diferente. Estaba agotado y obedecía más a mi estómago. Agradecí la invitación y ella lo entendió, preguntando si estaba seguro, puse el último clavo del ataúd con un “Sí, gracias, iré a cenar y te veo mañana Anna, que pases buena noche”. Hijo de la chingada.


De cenar: una deliciosa hamburguesa con queso sin papas y una malteada de fresa con mango sin crema batida. Cuento mis libras y me doy cuenta que son casi las 9:30 pm pero afuera el día parece estar a las seis de la tarde. Veo a algunos cuantos de mi grupo viendo las tiendas y comprando helados de 25 centavos. Entonces sigo caminando y pienso perderme en uno de los centros más concurridos de toda Europa. Sería una curiosa visión de un miedo que poco a poco se iba a perder. Regreso por donde llegamos. Camino hasta donde recuerdo, viendo como los vagabundos juntan cartones desperdigados entre la basura para hacer sus camas de esa noche. 
Veo los puestos de Kebab y una pizzeria atiborrada de gente que vende rebanadas gigantes a una libra. Compro una solo para probar, el hombre, hablando quizá una lengua oriental, no para de regañar al cocinero del fondo del local. Sé que voy bien cuando vuelvo a cruzar el callejón hipster, tan avivado. Veo la galería de arte que apenas y note en el viaje de ida y tomo algunas fotos de los cuadros en venta, son preciosos. 

                               

Abajo del lugar, y por fuera, había una fiesta con vino a la que podías entrar con una cuota de 6 libras, lo vi tentador, y ya bajaba las escaleras al momento de que dos chicas subían reclamando lo vacío del lugar y que volverían más noche. Encontré también una tienda, justo a un lado de un negocio donde vendían por 15 libras el famoso fish n' chips, un platillo que no se me antojaba nada, sobre todo si comparaba la calidad del pescado frito con los famosos filetitos que vendían en la central de mariscos en México, con limón y salsa valentina. Cuando entré al minisúper de nueva cuenta, caí en el error de pagar con euros, pero en este puesto el hombre fue más amable. Luego de pagar bien, me preguntó de dónde venía, si ya tenía rato en Londres y si me estaba gustando. Podía apostar que tenía procedencia hindú, mitad por su acento y mitad por su figura de ganesha cerca del monitor de las cámaras de seguridad. Respondo amablemente y me desea suerte, que me divierta mucho. Agradezco y me voy con una gran impresión. De vuelta al cruce de Bloomsbury, Anna presumía horas antes que la señalización de cada sentido vehicular se encuentra en el pavimento, así es imposible que nadie lo note. Yo, como buen mexicano, respetando mi naturaleza vial, no pierdo el impulso de mirar a ambos lados al cruzar, incluso aquí en Londres, y en todo el mundo, no vaya a haber un pendejo que vaya en sentido contrario.

 Calles antes y afuera del museo británico, grabo otro video de cómo he sentido Londres el primer día y lo caro que puede ser cenar, pero que me gustaba, siendo buen citadino que soy, el ritmo tranquilo y a la vez movido que tenían los Londinenses, aun sabiendo que muchos turistas los visitan siempre. Justo detrás del museo británico, decido tomar foto de las famosas cabinas telefónicas rojas que son reconocidas a nivel mundial: Ninguna funciona, huelen a orina por dentro y los teléfonos fueron arrancados, de hecho, lo único que hay dentro son el número de Escorts con su catálogo de servicios para toda ocasión.

                                        
Para regresar, decido atravesar Russell Square en vez de rodearlo. Hay una fuente donde antes eran los duelos, y veo que, a pesar de ser las 10:20 pm el sol SIGUE AHÍ, y no solo eso, la gente está con sus perros, tomando picnics con vino al aire libre y los niños aún tienen energía para correr en el pasto persiguiendo pelotas. Todo esto es increíble, en Inglaterra tiene demasiado día del día. Me encanta. Justo tomo todas las fotos que quiero. Último cruce para llegar al hotel y ocurre la escena graciosa del día: Dos gaviotas pelean el cadáver de una ardilla sobre el aire, se ve curioso y a la vez asqueroso, en medio de la acalorada riña avícola, ambas aves sueltan al roedor y este cae sobre un cab, el conductor se asoma desde la ventanilla para saber qué carajos sonó y el pasajero, que había visto toda la escena,  se ríe. Yo solo me quedo con la imagen de la  ardilla sobre el taxi y me voy. Veo de nuevo la base de Contiki con una larga planeación por delante. Llego al hotel y en mi habitación pongo un canal cristiano, un pastor negro habla sobre qué es la tierra de dios, intercalado con cien secuencias desde distintos ángulos de su congregación totalmente entregada a sus palabras. Me canso a los cinco minutos pero no sé cómo cambiarle, no había control remoto.  Tomo un baño haciendo uso de la tina. Encuentro el botón de channel detrás de la TV, pongo Jack Ryan en la BBC. Organizo mis maletas y distribuyo mi ropa para salir mañana despegado como un cohete, cargo la cámara, mi teléfono y la batería externa y ceno tranquilamente a las 11:30 pm ya con un cielo oscuro, en el escritorio de mi habitación. Estando un tanto aturdido de tanto inglés, devoro mi hamburguesa escuchando noticias de un canal español. No recuerdo los encabezados ni las noticias de ese día. Solo algo que advertía que una ola de calor entró a las tierras españolas y francesas hace un día. Se recomienda tomar precauciones. Duermo con la idea de calor en París, pero no me preocupo. Pongo mi alarma a las 5:12 am. Cierro los ojos, y pienso lo pendejo que me vi negándole un trago a mi guía.

No podía conmigo, al día siguiente conocería Francia. Al menos un buen tramo.



-HM. 6/08/19





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