lunes, 30 de marzo de 2020

EURO AVENTURA (3) UNA CÁLIDA BIENVENIDA FRANCESA.


LUNES 23 JUNIO 2019
Esto aún es Londres, pero el día es 23.  5:12 am. BBC para despertar, Wolf Alice con Don´t Delete The Kisses. Me encanta esa canción ¿Qué maldita posibilidad había de que sonara hoy? Me visto rápido y…hijos de su mother ¿las 5 de la mañana y ya está el sol?. Repito, tiene demasiado día el día.

No hay desayuno.  En el elevador me encuentro con un chico que vi dentro del tour la noche anterior. Detiene el ascensor para que pueda entrar. Le digo que somos del mismo tour, me responde presentándose. “Matt” exclama mientras extiende su mano hacia mí. Le respondo con mi nombre. Estoy ansioso y un tanto temeroso por conocer a los otros.







Veo a varios chicos que venían conmigo esa tarde. Uno de ellos es Jay. El americano, venía de Atlanta, Georgia, y su acento era tan malditamente fácil. Este chico fue uno de los primeros en presentarse y saber por qué demonios grababa todo. Eso lo preguntó mientras recorríamos el callejón Hipster la noche anterior, pero de ahí supuse que su plan era más bien, presentarse con todo el mundo. Ese día quería hablar hasta con el conserje sobre cualquier cosa, sin importar lo tonto que sonara. 
Pasamos a las básculas.  Bajo mis maletas corriendo. Quiero alcanzar un buen lugar para no perderme ningún detalle del camino. Seguro será un domingo largo, pero bastante movido. Varios tienen que dejar maletas pequeñas, el peso debía equilibrarse a 20 kilos por persona. Paso sin problema. Me toca en ventanilla, de aquí hasta la llegada a Francia, el asiento de mi lado estará vacío.
Cruzamos Londres a las 7:35 am. Anna nos prepara el viaje con grandes expectativas, algunas precauciones para las grandes ciudades y una que otra recomendación sobre las estaciones de servicio; De hecho, eso lo va a hacer todos los días durante el viaje, así que, no hay que explayarnos en esto. Detalles importantes: Si escuchábamos Pompeii de Bastille, debías despertarte, prestar atención o despertar a los demás. Esa era la Wake up Song. Si Anna, en algún momento de nuestras caminatas decía There’s a lot of cheesecakes here!  O bien había carteristas trabajando en lo suyo, o era algún chiste inglés muy malo. ­
 Nos enseñan la embajada australiana, la canadiense, algunos edificios importantes, el área oficinista/aburrida londinense y una hermosa postal del canal, rumbo al sur, a tomar el ferry. Mientras atravesamos Blackheath, un chico grita lo cerca que estamos de Greenwich. No, el meridiano no, sino el observatorio, da el dato preciso del porqué es tan importante y se sienta. Anna es la única interesada, Los demás ni lo pelamos. Seguimos nuestra travesía dos horas más hasta llegar a Port of Dover, punto al sur que conecta el canal de la mancha. Antes de cruzar la aduana, frente a nosotros está un castillo que según contaban en el tour, inspiró de alguna manera a Shakespeare, aún no sé bien cómo ni he querido buscar, más bien, para ese punto solo quería ver París ¿En verdad es tan bonito como me dicen? ¿Cómo se escucha el francés por acá? ¿Podré practicarlo? Demasiadas preguntas, pero es que podíamos pasar tantísimo tiempo arriba del Coach que te cuestionabas todo lo fantástico que venía.
Entramos al ferry, nos sellan nuestros pasaportes y el Coach se queda estacionado abajo. Nunca había subido a uno. Pero este era enorme, lujoso y muy caro. Varios amigos decidieron gastar por un desayuno continental 25 libras aproximadamente. Yo soy hombre de gustos sencillos, o al menos durante los primeros días. Solo compro un sándwich y un refresco. Oye, malos hábitos alimenticios en Europa. Nada mal.
Subo a la parte superior del barco. Un frío mañanero nos estremece a todos los que miramos los riscos blancos de Dover. Una atracción natural de parte de Inglaterra, algo así como deseándonos suerte para el viaje que nos caería encima. En el trayecto como mi sándwich explorando camarotes y parte de las diferentes salas de descanso para personas con una especie de membresía del barco. Es entonces cuando un chico me intercepta. Pregunta si soy de Contiki. Al confirmar no esperaba tener tan grata conversación. Olvidé su nombre, pero venía de Nueva Zelanda. Comparamos tours, mientras yo estuviera cruzando Italia, el bajaría la rivera francesa para llegar a Barcelona, después de regreso a Francia y seguiría mi ruta al menos con dos días de distancia. Compartimos música, pero no pude escribir el nombre del rapero que me recomendó. Pregunté si tenía algún músico favorito que cantara en español  y el buen chico me enseñó su canción favorita. El Perdedor  de Enrique Iglesias, con la colaboración del Buki, le expliqué la historia de este último comparando un concierto suyo como una experiencia religiosa. “El tipo es un auténtico Jesús” decía.
Suena una alarma en las bocinas avisando la llegada al puerto. Señal para que todos vuelvan a sus respectivos vehículos y puedan seguir sus travesías ahora dentro del continente. Mientras mi nuevo amigo y yo esperábamos en la fila, pude compartirle una canción de Juan Gabriel. Diablos. Ahora mismo lamento que no pueda recordar su nombre. Otra de esas cosas, que no anoté en el diario. Bajamos, me enseña cuál es su camión. Un Contiki con la parte de abajo pintada de color naranja. El mío solo tiene letras azules que dicen lo mismo, pero para no confundir con otro camión de la misma línea, la parte de abajo es blanca. Me desea suerte en mi viaje, prometiendo que nos veríamos más tarde.

La costa de Calais es famosa por ser la trinchera que les dio tiempo a los aliados para que la operación Dynamo funcionara. Para esto, miles de soldados anglo y francoparlantes sacrificaron sus vidas para una ofensiva majestuosa contra los nazis. Y ahora, casi 80 años después, un juego de  muros, acompañado de rejas y fierros con púas rodea la carretera principal. Parece un laberinto de arena con sus valles y terrenos altos, no es una escena amistosa, según cuenta Anna, es parte de los tratados que hace mucho ordenaron los británicos para cercar las fronteras francesas. Evitar a los inmigrantes ya es más que reconocido como uno de los grandes problemas de Europa. Me toca verlo. Dejamos atrás la costa, mientras seguimos recorriendo la carretera directo hacia París, un amigable paisaje repleto de turbinas eólicas de colosal tamaño ilumina y engrandece las vistas. Hay villas muy cerca, de las cuales reconocemos grandes casas en sus periferias e iglesias en sus centros. Vaya, esto no es una guía turística ¡Vamos a conocer gente! Anna hace una dinámica dos horas antes de llegar a una estación de servicio. Nos explica el mini juego, se llama “conoce al tipo de enfrente”. Cada persona que esté sentada de lado derecho de la fila derecha se moverá un lugar hacia adelante, la misma indicación pero invertida para la fila izquierda.  Cuando se muevan, deberán presentarse, decir lo que hacen, y algo chistoso que  les haya pasado. Es entonces cuando tengo los acercamientos más certeros a la gente de Australia. No recuerdo quien fue el primero, pero sí recuerdo a casi todos los que se presentaron ante mí:



-Savannah, del lado este de Australia. Verga, su hermana Dominique y ella eran idénticas, aunque jamás llamé a una con el nombre de otra. Corrí con mucha suerte. Me querían mucho, a su manera.

-Sam, Melbourne. Diseñadora gráfica. Máster del photoshop.
-Chelsea, Psicóloga. Recién terminaba la escuela. No cree que haya futuro para el psicoanálisis. Medía 1.87 cm
-Alicia. De Australia, venía junto a Chelsea y su hermana Hayley, pero no era tan grande como ellas.
-Tommy. De Australia, ni se preocupaba por la Universidad, pronto sabría qué estudiar.
-Sophie. Venía junto a las gemelas Savannah y Dominique. Me preguntó por comida mexicana y ella decía adorar los tacos. Le conté de las tlayudas y se le hizo agua la boca.
-Tim. De Sydney. Era Bartender y estudiaba Administración y Ventas. El gigantón me cayó bien desde el principio. Con esa voz parecía que cada que hablaba tronaba el mundo. Le envidiaré de por vida la barba vikinga que tenía.
-Rupert. Con sus dos metros tres centímetros apenas y cabía en los acientos. Rubio de ojos azules que venía con su novia de descendencia hindú. Le costaba hablar con otros.
-Ashley de Canadá, justo se presentaba cuando nos enseñan a la distancia el monumento a los soldados canadienses caídos en la segunda guerra mundial. Nos dicen que esa zona es territorio canadiense. Remato diciendo que ya había viajado a su país, conocía Toronto, Montreal, Québec y unas ciudades más. Responde con un tierno “Ah ya, conoces ESA parte de Canadá”. Sonrío. Seguro me dijo de qué parte exacta era, pero lo olvidé.
-Jack de Brisbane. Oh sí. Aquí pude conocer a un gran amigo australiano. El buen Jack Rowcliff. Se presentó así conmigo y fue muy amable. Su voz era un poco baja y era muy amistoso. Cuando supe su nombre bromeé con que sería el más fácil de recordar pues es un nombre muy común en las películas. El solo reía.
-Ryan, de Australia. No sabía qué hacer con su vida. Cuando supo que era de México me felicitó por mi acento. Aún ignoro por qué.


A todos ellos me referí como Hector. De México. Sí, quizá el único latino del tour. Sí, estudiaba comunicación pero quería enfocarme en hacer cine. Seguro me hablaron más aquella tarde. Pero no los recuerdo a todos. Entonces pudimos cruzar en paz los otros caminos que había hasta llegar a la primera estación de servicio del viaje. Aproveché para saber por qué a los neozelandeses se les dice “Kiwis” preguntando a Anna. Llené mi cantimplora por primera vez, sin saber lo glorificada que sería al final del viaje. Ya dentro de la estación, me emocioné al descubrir indicaciones, letreros y encabezados en francés. Sí, ya conocía el idioma, hasta ese momento llevaba apenas un año aprendiéndolo, pero es que jamás había tenido un envolvimiento así de grande con la lengua francófona ¡Y qué bueno que ya sabía algo! Por esta razón, me aventé de valor y compré unos panditas, comprendiendo toda la transacción. Después pregunté por el baño. Y seguía sin creerlo, me había comunicado en otra lengua que no era español ni inglés, también, estaba en Francia, y para rematar, me dirigía a París. Esa sensación de incredulidad se repetiría todos esos días, como si mi presencia en Europa tuviera cierta fragancia onírica.
Dos horas y un rato después nos atrapa un tráfico lento. Anna nos dice que es una gran señal de lo cerca que estamos de la capital francesa. Una serie de autopistas anchas van acortándose hasta convertirnos en tres carriles pegados unos con otros. Es ahí donde de un lado de la ventanilla vemos el estadio del París ST Germain, donde Anna confunde (espero) y nos dice que ahí fue donde Zidane propinó el mítico cabezazo mundialero. Un poco más de tráfico parisino y aun así todo me emociona. Aprecio la muestra arquitectónica de fachadas que en hilera parecen ser una sola casa y al pasar en medio de una calle te das cuenta de que el patrón se repite hasta perderse en un punto de fuga un tanto lejano. Árboles, pequeños y muy llenos de vida que engalanan las calles inglesas por ambos lados. Apenas cinco minutos observando la calle y ya había un gran número de mujeres usando hiyab y chadores, mientras pasean bajo un sol que seguramente, me habría acalorado como un monterrey enojado. Seco y con mucha luz.

Luego de todos mis intentos por traducir cada anuncio cartel o aviso, solo me decido a disfrutar todas las vistas que me puede ofrecer. Avanzamos más y más hasta abandonar el centro de la ciudad y cruzar un puente, justo bajando encontramos el hotel y sería mi primer día, y minuto. caminando en París, Francia. En medio de un verano acalorado.