Días antes de la fiesta lo supo.
El panorama jamás fue bueno. La visión que encadena ser amigos es consolable
¿Pero enterarse de una perspectiva semejante a un acosador? Nada bueno. Había
decidido dejar de hablarle. A ella, a la que le quitó el aliento un día; A la
que inspiraba versos de poesía venenosa durante las noches de catarsis; A la
que no dejaba de ver ni en sueños. La chica por la que renunció al romanticismo
en libros especiales. Tenía problemas y necesitaba a alguien para canalizarlos.
Los vio juntos. El coraje acumulado
de meses para hablarle golpeaba su garganta. Cada paso que dio fue decidido.
Apretaba sus puños. Imaginaba el beso robado, con grandes posibilidades de que
instantes después se volviera un momento incómodo o una cachetada. Habría
escogido el golpe, sentiría esa mano delicada sobre su cara al menos un
momento. Salió del patio. Pidió permiso entre las personas para entrar a través
de la cocina y así llegar a la sala. Imaginó el plan. El alcohol nublando sus
neuronas le impidió reconocer a quien había pasado en la puerta de la cocina.
Fue en la oscura sala que se dio cuenta de su omisión. Estaba listo para
regresar hacia ella que estaba hipnotizado por él. Nuestro amigo también conoce
a él, si quisiera, como cualquier cosa en ese complejo círculo de amigos, lo
aceptaría como un hermano. Pronto todo se desvanece, queda en shock como una
contracción de músculos y palabras previamente calculadas. Piensa regresar al
principio del patio donde estaban los dos, cuando de la oscuridad emerge una
voz.
Recuerda el día donde empezó el
enamoramiento. Donde contrajo ese hechizo. Un verano atrás compartía con su
complejo círculo de amigos la emoción de regresar a clases luego de un largo
descanso. Entonces llegó ella, con la misma indiferencia con la que algunos
meses después trataría a nuestro amigo. La miró. No recuerda hasta ahora más
que un suéter esmeralda y la melena castaña clara suelta. Ella miró de nuevo y
sonrío. O quizás no. Nuestro amigo se dice en su cabeza “Mierda” porque lo sabe. Lo enamoraron. Entonces supo que tendría que
conocerla. Mejor.
“¿Qué haces?” Dice la voz en la
oscuridad de la sala. Aquí debo guiarlos mejor para que puedan ubicar: en el
fondo de la sala comedor hay un par de ventanales que conectan al principio del
patio, el mismo punto por el que puedes entrar y salir a través de la cocina.
Ese patio estaba bien iluminado. El interior a oscuras. Afuera no sabrían lo
que pasa dentro. A la inversa sí.
“Voy a decirle…a ella lo que
siento…” Nuestro amigo divagó con las palabras. El alcohol empezó a hablar por
él. Aun así, los ubica ahí fuera. No quita su mirada. Ella y El no sienten el
peso de sus ojos derrotados. Por eso se besan. Por eso se abrazan. Los
ventanales tienen cortinas suaves, blancas y simples, no hubo problema en
verlos. Nuestro amigo desenfoca. La posición de ambos cuerpos se mantiene. La
silueta bien definida que se proyecta sobre la cortina lo remata. Parece el
final de una película de amor. Está esperando a que salgan los créditos y pueda
salir del cine con la imagen de ese beso congelado hasta otra historia
romántica. Una mejor, quizá. Una en la que sea él quien da el beso. No sería
mucho pedir.
En este punto nuestro amigo intenta
recordar las palabras exactas que dijo esa voz en la obscuridad. No las recuerda.
Pero el punto era simple: Ahora no, ya es demasiado tarde. No puede quitarse la
imagen. Y entonces el estruendo se oye. El impacto lo empujó hacia la pared y lentamente se sentó en el suelo.
Pero el alcohol irrumpe, sus movimientos fueron toscos. No deja de verlos.
“Chinga, otra vez tarde, ¿Llegué
tarde verdad?” Se repite. El coraje se
convierte en tristeza. La tristeza cae como agua sobre su cabeza. Lo
estremeció, enfrió sus extremidades.
“No pasa nada amigo” Menciona la
voz, se materializa y consigue ser un cuerpo capaz de abrazar y ser abrazado.
Sus brazos tomaron a nuestro amigo y que en ánimos de consuelo abandonara la
escena.
“Otra vez. De nuevo soy un
espectador”. Dijo nuestro amigo. Lloró ante esa obscuridad como no lo hacía en
mucho tiempo. Ese abrazo que fundió a Ella y Él le pareció eterno. Tal cual el
final de la película que imaginó con ella. Ahí estaban los protagonistas,
juntos, después de todo.
“Aquí soy un espectador” Dictó.
Y hubo silencio.
EPILOGO: SOBRE EL PRESENTE
Pero es una mierda creer que la
vida real es como las películas, aquí las historias y los personajes siguen hasta
que tú ya no. Sigue habiendo situaciones tristes e incómodas, como ese momento
horas después donde quiso hablarle a Ella, pero no salía nada en concreto. Y se tragó su amor, su cariño se murió, y
comenzó a sufrir por algo que nunca existió. Eso sí, lo digirió con alcohol, no
había de otra, y su soledad no se veía tan remarcada. Y nuestro amigo hasta
ahora, lo sigue intentando, puedo jurarlo. El problema es que la ve todos los
días, a ambos. Él sabía su sentir desde hace mucho, y Ella quiere creer que
nuestro amigo no estaba tan mal y que ambos retomaran un saludable camino de
amistad y posible hermandad universitaria e incluso más allá, eso depende.
Nuestro amigo aún sufre. Convierte
su llanto en risa. Se limita con mirar. Pero es un actor ahora, que admite no
estar más interesado en lo que se diga del asunto. Espera curarse pronto. Así lo deseamos todos.
Pero yo pregunto ¿Duele más la indiferencia o la soledad?
Saludos todos. Me temo que ella ya no será fuente de inspiración de enferma poesía, ni hoy ni nunca.
El apartado Contigo me dan menos Ganas de morirme se cierra. Creo que es exagerado contar esto cuando hay gente que la conoce entre ustedes internautas. Aunque escribir sobre causas perdidas es divertido y muy reconfortante.
¿Algo para cerrar? Pues sí, me gustabas, pero debo levantarme Carlita, esto fue un tropiezo.
(2018)