EURO AVENTURA (1)
EXPECTATIVAS, LARGOS VIAJES Y MARY POPPINS AD NAUSEAM
CDMX AEROPUERTO: 22 DE JUNIO
Un mar de pensamientos atacó mi cabeza esa mañana. Una especie de lista
de cosas pendientes zumbaba mi cabeza con tal ansiedad que no me dejaba pensar
con claridad. ¿Imprimí los boletos de avión? Sí. ¿El diario de viaje esta en tu
mochila? Sí. ¿Cargaste y revisaste que estuviera vacía la memoria de la GoPro? Sí.
¿Esperas que todo salga bien? Sí.
Y es que eso es lo que pasa
cuando es tu primer vuelo trasatlántico. Me molestaba que, por culpa de infames
planeaciones escolares, mi hermano no pudiese empezar el viaje conmigo. Hermano
estaría reuniéndose conmigo en Francia, dentro de cinco días. Así que era yo
con mi soledad en ese avión. Mi último desayuno fueron unas enchiladas con
pollo y jugo de naranja que se deslizaron por mi estómago sin provocar ni un
solo sabor exquisito, por el hecho de que los nervios de viajar asediaban mi
órgano digestivo. Papá estaba orgulloso, pero en nuestros últimos instantes juntos
declaró sentirse más preocupado que nada, eso no ayudaba. Afortunadamente, al
encontrar mi puerta de abordar, Mamá no lloró junto a mí y se limitó a
abrazarme y desearme un buen viaje. Abracé a todos, me despedí de mi hermano
con la frase “Te veré del otro lado” ya
que a mí me encanta decir ese tipo de frases para despedir a alguien (se
repetirá en próximos días) y fui directo a mi avión.
Para ese momento, había hecho muchos planes sobre este viaje. Días atrás
decidí que mi documentación el mismo sería lo más íntima posible, pero que
pensaba grabar, capturar y recordar cada detalle con una cámara GoPro que había
comprado hacía unos meses. También llevé conmigo una grabadora de voz que de
muchas cosas me había salvado en proyectos escolares y que yo adoraba por la
potencia del micrófono que tenía. Con eso, respaldé todos mis archivos del
teléfono, dejándome espacio para grabar durante 5 horas o algo así como 15 000
fotos disponibles. Iba más que preparado. Llevaba un rompe vientos rojo,
pantalones de mezclilla negros, los cuales eran mis favoritos, y mi camisa
roja.
De equipaje, había documentado una gran maleta de bolsa, enorme. También
llevaba una maleta de rueditas color negro, y, para mi dicha o desgracia, esta
sería la última vez que llevaría mi antigua mochila de tirantes que desde mis tiempos en la
vocacional llevé. Era consciente de los agujeros que tenía, las partes rotas y
de que era posible que no hubiese escogido peor mochila para un viaje. Solo
que, vi muy nostálgico que me acompañase a una aventura más aquella vieja amiga
de color negro y rojo que estuvo conmigo
durante muchos años. Iba listo.
La línea Iberia me tenía
preparado un asiento en el pasillo. Era la primera vez que veía un avión así de
enorme, que además tuviese pantalla enfrente y que fuera bastante ameno. No
tuve mucho problema para acomodarme y poder disfrutar de un viaje de nueve
horas y cacho. Incluso antes de despegar, ya había puesto “Extremely Wicked…” con Zac Efron y Lilly
Collins, una película que llamaba mucho mi atención y que aún tardaría en
estrenarse en México, fue horrible. Durante el vuelo hubo tres comidas, pero
destaco lo que dieron de comer, una pasta con ensalada y un panqué dulce
acompañado del primer vino de todo el viaje. Sí señor, primer día y ya estaba
bebiendo. Qué buen augurio ¿No creen?
No perdí el tiempo. Durante esas horas,
mirando el mapa interactivo, había hecho el cálculo ya: estaría entrando a
Madrid, España, la mañana del día 22, repitiendo esa misma mañana pero en
tierras europeas, solo estaría despierto
un día entero y debería tener pilas suficientes para sobrevivir toda esa
jornada. Fácil. Seguíamos en el vuelo. Me movía de vez en cuando para evitar
entumecerme. Afortunadamente, entre cafés y tés y agua y mi oportuno desapego a
mi celular al que había olvidado ponerle nueva música, encontré el momento para
adelantar hojas de mi libro; Para el viaje llevaba Temporada de Huracanes de la veracruzana Fernanda Melchor, y
durante unas cuatro horas, con una mini lámpara para lectura que había comprado
y metí entre muchas gadgets dentro de mi mochila, seguí leyendo aquel crudo
relato rural mexicano mientras los demás pasajeros, sabiamente, dormían para
sobrellevar el día que venía.
Pasan horas. No veo el momento de que ese reloj termine diciendo que
estamos en España. Me canso. Sudo y no quiero dormir. Siendo mi primera vez en
este tipo de vuelos tan largos, no había desarrollado esa especie de paciencia
para tantas horas. Aunque recordé que un viaje en camión a Poza Rica, Veracruz,
nos llevó casi las ocho horas por un deslave en la carretera que nos hizo
perder tres horas más de lo esperado. Quizás ahí ayudaba que no venía solo, que
podía consolarme platicando con mi hermano, o mi madre. Aquí, y de aquí en
adelante, comencé a experimentar un nivel de control de sentimientos que muy pocas
veces había podido sentir ¿A qué me refiero? Que esa frustración o cansancio
solo podría compartirla conmigo mismo y nada más. Ah, pero ¿Entonces qué podía
contar a la cámara? ¿Qué pondría en mi diario de viaje? Ese debía ser el
catalizador de mis sentimientos. Expresar el todo por el todo dentro de videos
y páginas ¡Para eso lo había traído! Juré sentirme un genio. Estaba dispuesto a
mostrar todo sobre mi viaje y decir cómo
me sentía por esto o por aquello. Regreso a mi libro, el cansancio por
instantes puede con mis ganas ciegas, y que casi no contemplo de conocer el
viejo continente, de verlo y apreciarlo, pero me duele más mi espalda, pero
solo quiero descansar un rato. Que las pantallas de otros pasajeros no sean tan
brillantes. Quiero que la señora que va en la fila delante de mí ponga otra
cosa en vez de enseñarle a sus hijas por cuarta ocasión Mary Poppins en una
pantalla y El Regreso de Mary Poppins en la otra. Deseo
tocar otra tierra. Y en ese momento, solo me muevo.
Y se prenden las luces del avión. Y suenan las alertas de aterrizaje. Y
más que contento, me siento aliviado. En ese momento, el señor de un lado mío,
quien sabiamente llevaba una de esos antifaces para dormir, me hace la plática
para hacer amena la caída. El hombre llevaba a su familia, jóvenes de mi edad y
su esposa, de vacaciones mientras él tenía un congreso. Yo le digo que voy de
campamento a Londres y que a Madrid solo voy por mi vuelo de conexión. “Londres
¿eh? Muy bonito y muy caro hombre” Sí, recuerdo esas palabras bastante bien.
MADRID, ESPAÑA 22 DE JUNIO.
Ya en Madrid aún está obscuro, fría madrugada para correr por un vuelo. En
las pantallas de conexión una chica me pregunta por lo que dice en un vuelo
hacia Atenas que me señala. Contesto que deberían abordar ya. La chica apenas y
dice gracias y corre. Tengo la buena suerte de dirigirme a la terminal S.
Vacía. Mientras las otras se llenan de gente que quiere seguir en otros vuelos
locales, o a medio oriente. Paso en diez minutos. En la terminal hay pocos
esperando. El único negocio abierto y, donde pago por primera vez en mi vida
con euros, es en un Starbucks. No suelo comprar ahí. No me gusta. De hecho no
suelo tomar café. Solo que me aturde el hecho de haber desayunado antes de
subir a ese avión y bajar para desayunar algo en otro lugar esa misma mañana.
No se ha movido tanto el tiempo, pero mi cuerpo empieza a resentirlo. Ahí,
esperando mi vuelo, devoro un rol de canela con chocolate caliente. Doy mi
primera bitácora a mis padres de dónde estoy y cómo me siento y me muevo a la
puerta indicada. Esperando que mi equipaje siga conmigo en el próximo vuelo.
Llego y hay muchos portugueses. Me he preparado como he podido para el
inglés. Sabré utilizarlo y puede que gane mucha confianza ante aquella lengua
anglosajona que durante 15 años de forma turbulenta he estado aprendiendo. Nos
movemos al momento de que el sol se asoma en España. Subimos a un camión que
nos lleva al otro lado del aeropuerto, aprovecho para escuchar la nueva música
que descargué para el viaje, un listado de canciones que no harían más que crecer
en los siguientes días. Chamber of
Reflection de Mac deMarco para subir a aquel avión. Nadie a bordo me habla
hasta que dan la documentación para entrar a Inglaterra. Lleno el formato,
mientras anoto mi primera página del diario sobre los breves minutos que pasé
en España. Entonces, justo cuando termino el formulario inglés. Una sensación
de excitación recorre todo mi cuerpo. No mames, me digo, voy a conocer Londres,
estoy camino a Londres y no puedo creerlo, ¿Y sabes qué? Eso es solo el
comienzo.
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