sábado, 3 de agosto de 2019

EURO AVENTURA (1) EXPECTATIVAS, LARGOS VIAJES Y MARY POPPINS AD NAUSEAM

EURO AVENTURA (1) 

EXPECTATIVAS, LARGOS VIAJES Y MARY POPPINS AD NAUSEAM


CDMX AEROPUERTO: 22 DE JUNIO

Un mar de pensamientos atacó mi cabeza esa mañana. Una especie de lista de cosas pendientes zumbaba mi cabeza con tal ansiedad que no me dejaba pensar con claridad. ¿Imprimí los boletos de avión? Sí. ¿El diario de viaje esta en tu mochila? Sí. ¿Cargaste y revisaste que estuviera vacía la memoria de la GoPro? Sí. ¿Esperas que todo salga bien? Sí.
 Y es que eso es lo que pasa cuando es tu primer vuelo trasatlántico. Me molestaba que, por culpa de infames planeaciones escolares, mi hermano no pudiese empezar el viaje conmigo. Hermano estaría reuniéndose conmigo en Francia, dentro de cinco días. Así que era yo con mi soledad en ese avión. Mi último desayuno fueron unas enchiladas con pollo y jugo de naranja que se deslizaron por mi estómago sin provocar ni un solo sabor exquisito, por el hecho de que los nervios de viajar asediaban mi órgano digestivo. Papá estaba orgulloso, pero en nuestros últimos instantes juntos declaró sentirse más preocupado que nada, eso no ayudaba. Afortunadamente, al encontrar mi puerta de abordar, Mamá no lloró junto a mí y se limitó a abrazarme y desearme un buen viaje. Abracé a todos, me despedí de mi hermano con la frase  “Te veré del otro lado” ya que a mí me encanta decir ese tipo de frases para despedir a alguien (se repetirá en próximos días) y fui directo a mi avión.
Para ese momento, había hecho muchos planes sobre este viaje. Días atrás decidí que mi documentación el mismo sería lo más íntima posible, pero que pensaba grabar, capturar y recordar cada detalle con una cámara GoPro que había comprado hacía unos meses. También llevé conmigo una grabadora de voz que de muchas cosas me había salvado en proyectos escolares y que yo adoraba por la potencia del micrófono que tenía. Con eso, respaldé todos mis archivos del teléfono, dejándome espacio para grabar durante 5 horas o algo así como 15 000 fotos disponibles. Iba más que preparado. Llevaba un rompe vientos rojo, pantalones de mezclilla negros, los cuales eran mis favoritos, y mi camisa roja.
De equipaje, había documentado una gran maleta de bolsa, enorme. También llevaba una maleta de rueditas color negro, y, para mi dicha o desgracia, esta sería la última vez que llevaría mi antigua mochila  de tirantes que desde mis tiempos en la vocacional llevé. Era consciente de los agujeros que tenía, las partes rotas y de que era posible que no hubiese escogido peor mochila para un viaje. Solo que, vi muy nostálgico que me acompañase a una aventura más aquella vieja amiga  de color negro y rojo que estuvo conmigo durante muchos años. Iba listo.
 La línea Iberia me tenía preparado un asiento en el pasillo. Era la primera vez que veía un avión así de enorme, que además tuviese pantalla enfrente y que fuera bastante ameno. No tuve mucho problema para acomodarme y poder disfrutar de un viaje de nueve horas y cacho. Incluso antes de despegar, ya había puesto  “Extremely Wicked…” con Zac Efron y Lilly Collins, una película que llamaba mucho mi atención y que aún tardaría en estrenarse en México, fue horrible. Durante el vuelo hubo tres comidas, pero destaco lo que dieron de comer, una pasta con ensalada y un panqué dulce acompañado del primer vino de todo el viaje. Sí señor, primer día y ya estaba bebiendo. Qué buen augurio ¿No creen? 


No perdí el tiempo. Durante esas horas, mirando el mapa interactivo, había hecho el cálculo ya: estaría entrando a Madrid, España, la mañana del día 22, repitiendo esa misma mañana pero en tierras europeas,  solo estaría despierto un día entero y debería tener pilas suficientes para sobrevivir toda esa jornada. Fácil. Seguíamos en el vuelo. Me movía de vez en cuando para evitar entumecerme. Afortunadamente, entre cafés y tés y agua y mi oportuno desapego a mi celular al que había olvidado ponerle nueva música, encontré el momento para adelantar hojas de mi libro; Para el viaje llevaba Temporada de Huracanes de la veracruzana Fernanda Melchor, y durante unas cuatro horas, con una mini lámpara para lectura que había comprado y metí entre muchas gadgets dentro de mi mochila, seguí leyendo aquel crudo relato rural mexicano mientras los demás pasajeros, sabiamente, dormían para sobrellevar el día que venía.

                                             

Pasan horas. No veo el momento de que ese reloj termine diciendo que estamos en España. Me canso. Sudo y no quiero dormir. Siendo mi primera vez en este tipo de vuelos tan largos, no había desarrollado esa especie de paciencia para tantas horas. Aunque recordé que un viaje en camión a Poza Rica, Veracruz, nos llevó casi las ocho horas por un deslave en la carretera que nos hizo perder tres horas más de lo esperado. Quizás ahí ayudaba que no venía solo, que podía consolarme platicando con mi hermano, o mi madre. Aquí, y de aquí en adelante, comencé a experimentar un nivel de control de sentimientos que muy pocas veces había podido sentir ¿A qué me refiero? Que esa frustración o cansancio solo podría compartirla conmigo mismo y nada más. Ah, pero ¿Entonces qué podía contar a la cámara? ¿Qué pondría en mi diario de viaje? Ese debía ser el catalizador de mis sentimientos. Expresar el todo por el todo dentro de videos y páginas ¡Para eso lo había traído! Juré sentirme un genio. Estaba dispuesto a mostrar todo sobre mi viaje y  decir cómo me sentía por esto o por aquello. Regreso a mi libro, el cansancio por instantes puede con mis ganas ciegas, y que casi no contemplo de conocer el viejo continente, de verlo y apreciarlo, pero me duele más mi espalda, pero solo quiero descansar un rato. Que las pantallas de otros pasajeros no sean tan brillantes. Quiero que la señora que va en la fila delante de mí ponga otra cosa en vez de enseñarle a sus hijas por cuarta ocasión Mary Poppins en una pantalla y  El  Regreso de Mary Poppins en la otra. Deseo tocar otra tierra. Y en ese momento, solo me muevo.
Y se prenden las luces del avión. Y suenan las alertas de aterrizaje. Y más que contento, me siento aliviado. En ese momento, el señor de un lado mío, quien sabiamente llevaba una de esos antifaces para dormir, me hace la plática para hacer amena la caída. El hombre llevaba a su familia, jóvenes de mi edad y su esposa, de vacaciones mientras él tenía un congreso. Yo le digo que voy de campamento a Londres y que a Madrid solo voy por mi vuelo de conexión. “Londres ¿eh? Muy bonito y muy caro hombre” Sí, recuerdo esas palabras bastante bien.

MADRID, ESPAÑA 22 DE JUNIO.

  
Ya en Madrid aún está obscuro,  fría madrugada para correr por un vuelo. En las pantallas de conexión una chica me pregunta por lo que dice en un vuelo hacia Atenas que me señala. Contesto que deberían abordar ya. La chica apenas y dice gracias y corre. Tengo la buena suerte de dirigirme a la terminal S. Vacía. Mientras las otras se llenan de gente que quiere seguir en otros vuelos locales, o a medio oriente. Paso en diez minutos. En la terminal hay pocos esperando. El único negocio abierto y, donde pago por primera vez en mi vida con euros, es en un Starbucks. No suelo comprar ahí. No me gusta. De hecho no suelo tomar café. Solo que me aturde el hecho de haber desayunado antes de subir a ese avión y bajar para desayunar algo en otro lugar esa misma mañana. No se ha movido tanto el tiempo, pero mi cuerpo empieza a resentirlo. Ahí, esperando mi vuelo, devoro un rol de canela con chocolate caliente. Doy mi primera bitácora a mis padres de dónde estoy y cómo me siento y me muevo a la puerta indicada. Esperando que mi equipaje siga conmigo en el próximo vuelo.
Llego y hay muchos portugueses. Me he preparado como he podido para el inglés. Sabré utilizarlo y puede que gane mucha confianza ante aquella lengua anglosajona que durante 15 años de forma turbulenta he estado aprendiendo. Nos movemos al momento de que el sol se asoma en España. Subimos a un camión que nos lleva al otro lado del aeropuerto, aprovecho para escuchar la nueva música que descargué para el viaje, un listado de canciones que no harían más que crecer en los siguientes días. Chamber of Reflection de Mac deMarco para subir a aquel avión. Nadie a bordo me habla hasta que dan la documentación para entrar a Inglaterra. Lleno el formato, mientras anoto mi primera página del diario sobre los breves minutos que pasé en España. Entonces, justo cuando termino el formulario inglés. Una sensación de excitación recorre todo mi cuerpo. No mames, me digo, voy a conocer Londres, estoy camino a Londres y no puedo creerlo, ¿Y sabes qué? Eso es solo el comienzo.

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